Desde hacía unos años solo se hablaba de Gibraltar en asuntos relacionados con el narcotráfico, blanqueo de dinero o conflictos entre sus patrulleras y las de la Guardia Civil.
Las referencias del Príncipe Felipe ante el príncipe Carlos de hacer votos para que «las autoridades de ambos países avancen en la solución del contencioso histórico bilateral que aún sigue pendiente», y la conversación inexistente de Zapatero con Carlos de Inglaterra sobre el mismo asunto, ha devuelto a la Roca al primer plano de la actualidad.
Otra vez, Gilbraltar es parte de la política exterior española y merece serlo al estar ante el anacronismo de ser la última colonia en suelo europeo y en pleno siglo XXI.
El Peñón, que fue durante el Franquismo una enseña nacional y casi una cruzada moral, ha sufrido durante la Transición y la Democracia numerosos vaivenes de interés. Probablemente ha sido durante la gestión de este gobierno la etapa en la que menos ha importado. No es que el Ejecutivo de Zapatero haya hecho dejación de las reivindicaciones sobre la soberanía, no; es que no ha tenido una política firme ante el “contencioso bilateral”.
Pero dicho esto, ¿a quién le importa ahora el asunto?
Si midiéramos el interés de la sociedad en general, y especialmente el de las generaciones más jóvenes, obtendríamos unos resultados demoledores para la causa. El conocimiento real del problema es casi nulo para buena parte de los estudiantes de bachillerato, e incluso universitarios.
Para evitar esta circunstancia y que la desidia se contagie todavía más al Gobierno, es incuestionable que debe de haber una acción diplomática continua. El propio Ejecutivo, al validar el discurso del Príncipe Felipe, parece haberse puesto las pilas y marcado tarea en un problema que hasta ahora le había importado más bien poco.
Y claro, viendo la capacidad de Zapatero y sus colaboradores en cambiar de estrategias de la noche a la mañana, cualquier día volvemos a gritar por las calles ¡Gibraltar español!
Tampoco es eso.
Editorial Estrella