Ha de ser duro que en la Cámara de representantes te pregunte el adversario sobre los negocios de tu hijo, máxime cuando su trabajo de intermediario con la Administración que has presidido casi dos décadas se preste a la duda ajena por el cobro de comisiones, por más que fuera impoluta su gestión. Lo es más si las durísimas críticas, la apelación al “régimen del mangoneo” “al abrir y cerrar de puertas” del que te acusan suceden al cuestionamiento de tu otra hija, en su función como apoderada en la empresa Matsa, que recibió subvenciones de la Junta de Andalucía cuando tú eras el presidente. Aunque todo ello fuera estrictamente legal.
Debe ser duro que te acusen por ello de abuso de poder, como lo hizo el senador popular Rafael Salas, por más que el afán de la oposición para llegar al poder fuera por definición desmedido, y aunque la denuncia pública llevara dosis de presunción o descalificación previa. Los hechos se presentan indecorosos y la ejemplaridad en la política vale para todos. Hay un remedio: Sin necesidad de hacer violencia contra uno mismo, la verdad es la aliada. Y el peor refugio, el manido recurso a la campaña orquestada del adversario. No vale nada.
Y si el cuestionamiento familiar –el más doloroso- se mezcla con la constatación de irregularidades en las subvenciones de los ERE en Andalucía, en plena asunción de tu presidencia, todo se amplifica. El efecto es de una olla destapada. Se cita el 1,36 por ciento de los fondos defraudados, pero ascienden a una cantidad nada despreciable de nueve millones de euros. Se revelan 70 intrusos entre los 1.569 trabajadores investigados (6.096 reciben ayudas públicas) ; y se añade a las ayudas incontroladas a empresas (87 millones de euros). La cosa se dispara. Para adobar el plato, la juez del caso da un ultimátum a la Junta para que le entregue las actas de Gobierno durante diez años (desde 2001) en 72 horas, en una decisión inédita. La cosa no queda ahí. El clan socialista se cuartea con las dimisiones de dos de sus gobernantes y se abre la especulación.
Algunos líderes se van, empujados por la crisis, por altruismo o por ineficacia. Allá cada cual. Pero hay otros que se resisten a perder el poder. Chaves se reencarna en Zarrías para preservar su control del partido en plena antesala de la renovación del líder. Hay quien susurraba no hace mucho por las calles de Sevilla, entre quienes sabían de buena mano del desgaste que afecta a los humanos, más allá de la política. Nada le hubiera pasado a este hombre si se hubiera ido del todo. O si su pasión política le hubiera llevado al afán de convencer al adversario. Pero no ha querido.
Chelo Aparicio