Incluso tratándose de una ciudad famosa por sus numeritos de cara a la galería, con éste se ha superado.
«Nosotros queremos evitar el cierre de la administración por falta de fondos», decía el secretario de la mayoría en el Senado Harry Reid.
«Nadie quiere que el gobierno detenga su actividad», decía el presidente de la Cámara John Boehner.
«No hay razón para que se produzca la clausura de la actividad pública», decía el Presidente Obama.
Si esto fuera así, la clausura de la actividad pública se habría evitado hace la tira. Si los negociadores obedecieran la lógica, la posibilidad del cierre del gobierno no habría surgido. En su lugar, decidieron pasar a alerta máxima a cuenta de una escaramuza relacionada con una fracción de un punto porcentual del presupuesto federal.
Basta para remover la nostalgia por los tiempos de Newt Gingrich y Bill Clinton. Cuando siguieron una política en la cuerda floja, por lo menos se hizo por cosas importantes. La disputa por unas migajas de los presupuestos del actual ejercicio resulta particularmente desalentadora cuando se repara en que las formaciones no han abierto aún las conversaciones en torno a futuros presupuestos — cuestión en la que mantienen diferencias de billones de dólares.
El acuerdo de la noche del viernes, alcanzado a una hora de vencer el plazo, fue precedido de un juego innecesario y temerario al gallina. La idea era llevar las cosas al último minuto, porque el acomodo antes habría sido considerado rendición. «No lo hicimos a última hora por el drama», decía Reid tras alcanzarse el acuerdo. No, se hizo tan tarde porque las dos partes tenían un incentivo para llegar al extremo: como es normal, están movilizando a sus electorados ideológicos.
Mientras el senador Reid y el legislador Boehner se reunían con el presidente la noche del jueves, un correo electrónico de Guy Cecil, el director del comité de campaña de los Demócratas del Senado, aterrizaba en las bandejas de entrada de los donantes Demócratas. «Los Republicanos – que están atendiendo a todas y cada una de las exigencias del movimiento fiscal — están decididos a clausurar la actividad del gobierno federal», advertía. El correo electrónico contiene un vínculo a un formulario que pide donaciones con tarjeta de crédito como parte del «Proyecto Ciérralos a Ellos». Escribe Cecil: «Hemos de recaudar 100.000 dólares las próximas 36 horas para retar a los extremistas del Partido Republicano».
Los Republicanos protestaban con razón por la explotación con fines lucrativos del cierre de la actividad del gobierno por parte de los Demócratas, pero el partido guarda sus propios trucos en la manga. En los exteriores del Capitolio, varios legisladores Republicanos azuzaban a los manifestantes del movimiento fiscal que cantaban «Recorta o cierra» enarbolando pancartas a favor de la clausura del gobierno. «Es hora de plantar batalla», decía a la multitud el congresista Mike Pence, R-Ind.
La culpa de hacer política en la cuerda floja se reparte de forma liberal. Los Republicanos no aceptarán un acuerdo que recorte los presupuestos más de lo que ellos propusieron inicialmente. La Casa Blanca no aceptará otra medida legislativa extraordinaria para dar fondos al gobierno a corto plazo, incluso si ello es consistente en su mayor parte con las prioridades de la administración. Y las dos partes están minando las negociaciones empleando un lenguaje vulgar.
«La cúpula Republicana tiene al movimiento fiscal chillando en su oído derecho tan alto que no puede escuchar lo que pide la mayoría del país», decía al Senado la mañana del miércoles el senador Reid.
«El presidente no lidera», replicaba el presidente de la Cámara John Boehner durante una rueda de prensa por la tarde.
A última hora del miércoles, Reid declaraba que «yo tengo confianza en que se pueda lograr» — sólo para retractarse a la mañana siguiente de esas declaraciones. «No soy tan optimista — y es un eufemismo — como hace 11 horas», anunciaba.
Justo antes, Boehner aparecía en «Good Morning America» para volver a desplazar los límites. «No hay acuerdos entre el movimiento fiscal y yo», informaba.
Los dos no se pusieron de acuerdo ni en lo que discrepan. Reid informaba al Senado que «nuestras diferencias ya no giran en torno a los ahorros que logramos».
Boehner replicaba: «No hay acuerdo en una cifra».
Más tarde, Reid vertía la acusación: «Hay quien está jaleando el cierre del gobierno».
Luego, a última hora del jueves, la pareja difundía una declaración conjunta diciendo haber «limado diferencias».
Pero la mañana del viernes, Reid aconsejaba amablemente a los Republicanos «echar un vistazo rápido y dejar el asunto», dejando caer la palabra «vergüenza». Boehner respondió que «no vamos a tragar y vender al pueblo estadounidense», dejando caer la palabra «maldito».
Felicia Sonmez, del Washington Post, contaba siete ruedas de prensa en siete horas relacionadas con el cerrojazo el viernes. Los Demócratas acusan a los Republicanos de poner en peligro la salud de las mujeres. Los Republicanos acusan a los Demócratas de poner en peligro a las tropas.
En un extremo, Paul Kane, del Post, trataba de sacar a la luz lo que se oculta tras el numerito, señalando al presidente legislativo que cada jornada sigue el mismo patrón político arriesgado.
«¿En serio?» replicaba Boehner. Él aseguraba a Kane que «todo lo que quiero es que esto se acabe».
Ojalá sus acciones respaldaran esa declaración.
Dana Milbank