Como me resisto a aceptar que el debate sobre la política económica que necesitamos tenga que ser un toma y daca de generalidades, frivolidades y descalificaciones, quisiera detenerme en las palabras del vicepresidente Pérez Rubalcaba, este miércoles presidente en funciones: al final de este año, 2011, ya habremos salido de la crisis. Se refería el vicepresidente, en la sesión de control, a que en los meses finales del año habrá crecimiento económico y creación neta de empleo, es decir, estaba desplegando en el Congreso la visión publicitaria o propagandística de la acción del Gobierno. De hecho, si en los últimos meses hay crecimiento, lo que es de esperar, eso no significa que la tasa anual sea favorable o suficiente y de hecho el Gobierno se las ve y se las desea para mantener unas previsiones que ya eran, desde el principio, mejores que las de organismos internacionales y analistas especializados, por mucho que el FMI acabe de revisar al alza las ya de por si malas para España. Lo mismo se puede decir del empleo: es previsible que comience a haber una leve creación de empleo, inferior como el propio Gobierno ha reconocido a sus previsiones, sin que la tasa anual sea positiva por las pérdidas acumuladas y sin que, bajo ningún concepto, el número de parados –hoy y al final de 2011- sea ni soportable ni comparable con otros países de la Unión.
Si nuestra situación económica se debatiera con la distancia del constante rifirafe propagandístico que exige la gravedad de la materia, el Gobierno ajustaría el concepto “salir de la crisis” a algo más realista y próximo a las tremendas preocupaciones de los ciudadanos. Establecería, además, una correlación entre “los deberes bien hechos” y lo mucho que queda por hacer –con dolorosas consecuencias inmediatas- en la negociación colectiva, la energía, el sistema financiero, los balances bancarios y el efecto en ellos de la burbuja inmobiliaria, la reorganización de las administraciones, los catastróficos números de muchos gobiernos regionales que necesariamente irán aflorando tras las elecciones autonómicas, etc. Sin todo este inmenso trabajo pendiente no se puede decir seriamente que hayamos salido de la crisis, que va a ser larga.
Del mismo modo, la oposición debería cambiar su actitud. No se trata, como a veces parece querer el Gobierno, de que tenga que plegarse a la política gubernamental por una hipotética obligación de “poner el hombro”, sobre todo ante tanta iniciativa que no se plantea con voluntad de negociación y consenso previo. Pero sí de saber colocar en el dibujo de la crítica los colores y los grises que, junto al negro –que es del único que se habla- dan una idea más precisa de lo que ocurre. Con ello, se podría mantener una actitud más proactiva, propia de quien tiene una alternativa y las iniciativas que la acompañan, para captar voluntades y dar lugar, al menos, a un debate más serio y fructífero.
Germán Yanke