El tema es delicado. No me gusta hablar del Rey Juan Carlos I. Soy de los que piensa que, a menos se hable del Rey, mejor para todos. Pero una cosa es la devoción y otra la obligación. Y mi obligación es decir que el aspecto del Rey no es bueno.
Y ese mal aspecto no me ha llamado, únicamente, la atención a mí, sino que también ha disparado los rumores en muchas más redacciones de medios de comunicación. Porque si no fue normal y, desde luego, insuficientemente explicada, su ausencia de un acto cuasi institucional como fue la misa del Domingo de Resurrección en la Catedral de Palma de Mallorca y en la tradicional foto de familia posterior, no ha sido normal el aspecto físico que nos muestran las fotos de su reaparición, ayer, en la visita del emir de Qatar a España y en la que se presentó con una barba descuidada y deslucida que le daban un aspecto, ciertamente, poco saludable. Y ya empiezan a ser demasiadas coincidencias.
Como es natural, en fuentes oficiales se asegura que todo lo que se diga sobre su salud son rumores sin fundamento y afirman que el Rey está bien físicamente. Aseguran, por otra parte, que su aspecto sólo se debe a un nuevo look. Ciertamente, si lo dicen los que están cerca de él, yo me lo creeré.
Pero, si es así y yo me alegro, bueno sería que alguien le dijese a don Juan Carlos que esa barba, unida a esas ojeras y esa mirada tristona, le dan un aspecto, cuanto menos, sospechosamente extraño y, desde luego, muy desafortunado. Y, por supuesto, nada airoso en el Rey de España.
Insisto, en el Rey de todos los españoles.
La buena imagen, Majestad, de nuestro Rey también nos representa en el mundo.
Pinocchio