El debate del déficit, totalmente abordado ya, es también un ejercicio de rigurosidad política.
Los líderes Republicanos de la Cámara han superado la prueba, apoyando unos presupuestos políticamente arriesgados que convierten el Medicare en un programa que abona parte de las primas del seguro y con el tiempo devuelve el gasto federal a niveles sostenibles.
A primera vista, esto parece valor. En realidad, los líderes Republicanos no tenían más elección. Si no hubieran propuesto ahorros importantes en lo social, sus presupuestos habrían reducido la deuda a largo plazo menos que los del Presidente Obama, puesto que no podían incluir la subida tributaria de Obama. Unos presupuestos así de tibios habrían provocado una revuelta Republicana. Se trataba de la reforma de lo social o el motín.
En su formulación actual, los presupuestos de Paul Ryan son un compromiso político, suficiente para dar lugar a un mayor ahorro que los de Obama, sin demasiada militancia del movimiento fiscal. Dentro de los planes de Ryan, el gasto federal total como porcentaje de la economía sigue en torno al punto porcentual por encima del registrado durante la segunda legislatura de Bill Clinton. El crecimiento de la prestación del programa Medicare se limita con el tiempo, pero también podría ser más progresivo puesto que el programa evalúa los procedimientos en función de los resultados. Unos presupuestos radicales en comparación con los precedentes recientes también resultan moderados cuando se comparan con el reto fiscal.
Obama, en contraste, ha suspendido estrepitosamente el examen del déficit, al combinar propuestas irreales con ataques de tintes políticos a las alternativas. El enfoque de la administración también es radical, pero pocos lo temen porque es muy improbable que se implante.
El continuo endurecimiento del control del coste dentro del programa Medicare por parte de Obama es indistinguible del racionamiento de un programa público. Esto pasa a la categoría de escándalo cuando pasamos de una tabla de presupuestos a una sala de hospital.
Y el revuelo de subidas tributarias a «los millonarios y los multimillonarios» por parte del presidente es una distracción patente. Simplemente no hay suficientes rentas espectacularmente altas para satisfacer la considerable necesidad de recaudación de Obama. Los Demócratas más rigurosos hablan de derogar todas las bajadas tributarias Bush, no sólo las de las rentas más altas, recaudando 3,9 billones durante la próxima década. El problema es que más de 3 billones de este total salen de rentas inferiores a los 250.000 dólares al año, un segmento al que Obama ha dado palabra de proteger del saqueo. Unos cuantos Demócratas como Robert Reich hablan de derogar no sólo las bajadas tributarias Bush sino también las Reagan, devolviendo a América al tipo impositivo máximo del 70%.
El problema fiscal es espinoso pero no complejo. El gasto federal representa ya más del 24% de la economía, muy por encima de la norma histórica. (La media durante la presidencia de Clinton, por ejemplo, rondó el 19%). Pero la recaudación tributaria se encuentra actualmente por debajo del 15% del PIB, dejando un vacío de casi 10 puntos porcentuales entre gasto y recaudación.
Los Republicanos proponen rebajar el gasto federal como porcentaje de la economía, sobre todo a través de reducciones en la prestación social que serían dolorosas, pero no se aplicarían a nadie que actualmente tenga más de 55 años.
Los Demócratas proponen financiar niveles históricamente elevados de gasto público fiscalizando un porcentaje mayor de la economía. Megan McArdle, editora de la sección económica del Atlantic, estima que una subida tributaria del 5 ó el 6% del PIB exigiría que la carga fiscal de todo hijo de vecino subiera un tercio. El crecimiento económico se vería minado. La riqueza se desplazaría a inversiones y refugios exentos de impuestos. La economía estadounidense sería menos competitiva en el mundo. Pero no es probable que estos problemas se produzcan porque las subidas tributarias de esta escala son políticamente irreales. La rebelión fiscal resultante sería incontenible.
Si no se adopta ni el enfoque Demócrata ni el Republicano, la servidumbre de la deuda consumirá cada vez más presupuesto, los acreedores se volverán progresivamente más exigentes, y la austeridad dramática e indiscriminada será inevitable.
¿Cómo sale parada pues la opinión pública en el examen del déficit? Según sondeos recientes, los estadounidenses prefieren recortes del gasto público a subidas tributarias por un margen de 2 a 1, mientras el 78% no está dispuesto a reducir el gasto destinado al programa Medicare de la tercera edad. El 71% no cree que los Demócratas estén llegando lo bastante lejos para corregir el problema del déficit, mientras una mayoría consolidada quiere contadas o ninguna modificación de la red de Medicare. Los resultados dependen principalmente de la formulación de la pregunta.
La opinión pública está dividida y es maleable en la misma medida. Esto pone el acento en la dirección responsable, dirección que el presidente no ha demostrado. No es responsable sugerir que la reforma rigurosa de lo social es innecesaria, ni que el coste de la administración en permanente expansión puede ser acarreado por unos cuantos. Obama está convencido con razón de que la mayor parte de los Demócratas van a suscribir estos argumentos. Calcula que los independientes se verán asustados por la alternativa Republicana. Pero al jugar a este juego, Obama está malgastando su reputación de ser el adulto del aula. Esta valoración política pone en duda el resto del juicio de Obama.
Michael Gerson