La boda de estos dos jóvenes británicos se ha convertido en algo que está yendo mucho más allá de todo lo previsible. Me cuentan que hay más de siete mil enviados especiales de todo el mundo y de todos los medios de comunicación cubriendo el acontecimiento y que el hecho está abriendo telediarios en las grandes cadenas de televisión y siendo primera página de los principales diarios y revistas del planeta. Increíble. Algo está pasando o ha pasado en esta sociedad de la globalización para que algo tan portentoso se haya producido. Después de todo, y al paso longevo que lleva la Reina Isabel, Guillermo y Kate van a reinar en Gran Bretaña cuando los sapos bailen flamenco, que cantaba Ella Baila Sola.
Así las cosas, creo que la grandiosidad del evento se debe a dos cosas, fundamentalmente. A la necesidad que tiene la humanidad de soñar con algo bello en medio de terremotos, guerras, atentados y hambre y a la necesidad que tienen las personas con nombres y apellidos de recuperar con esos chicos una serie de valores que se han perdido o se han ido diluyendo en medio de un progresismo absurdo. Guillermo y Kate se casan como hay que casarse. Como soñaban antes casi todas las parejas y como sueñan ahora sólo algunas.
Es cierto que el boato y el protocolo parecen cosa de otro tiempo, aunque no de otro lugar, pero eso también forma parte del glamour que, a fin de cuentas, es la base de los sueños.
Pinocchio