lunes, noviembre 25, 2024
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España no le debe nada Estados Unidos

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Zapatero predica en el desierto de la política nacional con la fe de los conversos. La metamorfosis del dirigente socialista es realmente llamativa. El último de los episodios que certifica el giro en sus planteamientos tiene que ver con la muerte de Bin Laden. Comenzó Zapatero retirando las tropas españolas de Irak, enfangados entonces en una guerra innoble desatada por el patrón Bush. Tuvo que soportar desde aquel día los desplantes del imperio, que ninguneando al presidente democráticamente elegido en una supuesta nación amiga, despreciaba a todo un pueblo que había manifestado su alma pacifista y su aversión a las guerras injustas. Después vimos como Zapatero se quedaba sentado al paso de la bandera de las barras y las estrellas en aquella parada militar en el Paseo de la Castellana.

El vaquero de Tejas se archivó en los libros de historia y a Zapatero, como a Pablo de Tarsos en el camino de Damasco, se le apareció Obama y como un discípulo más del ideólogo de juntos podemos, sigue los pasos del nuevo profeta de las viejas prédicas norteamericanas. El presidente de los Estados Unidos ha sentenciado “se ha hecho justicia” y todos los mandatarios occidentales han justificado un asesinato de Estado sin pestañear. También Zapatero. Que quede escrito: Bin Laden era un terrorista vengativo, colgado de su dios y oculto en las masas de fanáticos defensores de la guerra santa; un criminal de época capaz de idear y ordenar después la matanza de miles de personas indefensas en medio mundo. Todavía me sobrecoge el paisaje de las vías en la terminal ferroviaria de Atocha y el monumento levantado en la plaza vecina, donde figuran los nombres de los ciudadanos españoles inmolados en el altar de bombas colocados por los seguidores del asesino Saudí. Sin embargo todos estamos sometidos a la ley, también él, y nadie puede ajusticiar a un delincuente como si fuera el juez de la horca en la película firmada por John Huston.

Zapatero contemporiza con Obama y yo me pregunto qué le debemos al amigo americano. Habría que recordarle que los Estados Unidos nos declaró la guerra para quedarse literalmente con las últimas colonias españolas de Cuba y Filipinas. Escudándose en el apoyo a los movimientos emancipadores, cambio una bandera por otra y gobernó a su antojo los últimos territorios españoles de ultramar. Cuando terminó la segunda Guerra Mundial, mantuvieron la dictadura de Franco, el último bastión fascista en el viejo continente. Todos los que esperaban una restauración de la democracia en España, se vieron frustrados por el llamado adalid de las libertades.

Aquí vino Ike Eisenhower a abrazar al generalísimo, mientras en el aeropuerto de Madrid cientos de niños agitaban sus banderitas de colores sin imaginarse que iban a crecer y madurar en aquel sistema del nacionalcatolicismo bajo el paraguas del Tio Sam. Los americanos no se dejaron aquí un solo dólar del plan Marshall que ayudó a reconstruir Europa, como tan bien reflejó Berlanga en Bienvenido Mr.Marshall . La leche en polvo, el queso, la carne y el trigo que suavizó la hambruna patria llegó vía Unicef o en barcos fletados por la Argentina de Evita Perón. A nosotros nos regalaron bases militares dotadas de armamento nuclear instaladas junto a núcleos urbanos donde malvivían millones de españolitos. Los Estados Unidos nunca han valorado sus raíces hispanas y han laminado la influencia española en Hispanoamérica, a la que siempre consideran su patio trasero. Allí han hecho lo que consideraron oportuno para defender sus intereses: Sustentaron golpes de estado, dictaduras militares y formaron a generaciones de milicos expertos en la guerra sucia contra su propio pueblo. Invadió países hermanos y los desestabilizó cuando no pudo doblegarles. Y por si esto fuera poco, cuando falleció Franco, contemplaron la transición con cierto distanciamiento y miraron de reojo a España cuando Tejero tomó el Congreso de los Diputados. España no le debe absolutamente nada a los Estados Unidos y la izquierda democrática española menos que nadie.

 


Fernando González

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