Tras una discusión de amigas sobre las calidad de los amantes en función de su edad y en la que una defendía que el mejor amante era un chico joven porque era la pasión en estado puro que nunca se acababa; otra que a ella lo que le gustaba era la madurez del hombre porque sabía lo que hacía y qué tecla tenía que tocar y una tercera amiga que aseguraba que el sexo con un hombre mayor era el placer por el placer. Decidí hacer una cata de hombres con la que sacar mis propias conclusiones ya que yo siempre había tenido sexo con hombres de mi edad. Y decidí llamarla EGM (Estudio Genérico del Macho). Me gustaba el nombre aunque no sé muy bien por qué. El caso fue que dividí mi campo de pruebas en tres edades tipo. Elegiría a hombres de 20,40 y 60 años. 20-40-60. Como si fuesen medidas estándares en una especie de venganza femenina. Buscaría la oportunidad y los iría cazando.
Aquel día yo había asistido a una carrera ciclista. A un critérium. Una de esas carreras que se corren en una mañana en el interior de la ciudad. No me apasiona el ciclismo pero la empresa en la que trabajaba colaboraba económicamente con la organización y quise echar un vistazo.
Como patrocinadores de la prueba nos invitaron a un vino de honor en una de las carpas instaladas para el evento. Y allí estaba él, un ciclista de unos 20 años. De piernas poderosas, manos fuertes y abultada entrepierna.. Me acerqué a él, le felicité por su participación y clasificación, la cual no recuerdo ahora. No me cabe duda que si le hubiese visto en el pódium retendría esa imagen en mi mente. Hablamos sobre su trayectoria semiprofesional en el mundo del ciclismo, lo que esperaba conseguir, sus metas. Dado mi repentino interés por el ciclismo, intercambiamos nuestros teléfonos para avisarme de las siguientes pruebas en las que fuera a participar.
Dos días más tarde me envió un sms, “Kedamos oks? ya m dices”. En fin, quedamos y oks era suficiente para mis fines. Nos encontramos en una cafetería cercana a mi casa, él estaba nervioso y tengo que reconocer que yo también. Apuramos rápidamente las bebidas isotónicas… y subimos a casa. Se abalanzó sobre mí nada más llegar. Entramos en el dormitorio y nos desnudamos. Sus manos no tenían muy claro que era lo primero que deseaban acariciar. Parecía que quería enseñarme todo lo que sabía y todo al mismo tiempo. Le susurré como debía hacerlo, con calma, disfrutando de casa rincón, de cada pliegue. No me hizo demasiado caso o es que tal vez era duro de oído. Abrió mis piernas e introdujo su pene en mi vagina. Tenía una erección de las que marcan época. Gemíamos de placer mientras galopaba dentro de mí. Con movimientos cada vez más intensos. Y nos desbordamos rápidamente.
Sin apenas darme cuenta había llegado al orgasmo.
Volví a ver su poderío repetido hasta 3 veces en apenas dos horas. Fue prodigioso. Hasta que tomó lo que él llamó “confianza” para contarme algunos de sus problemas. Necesitaba que alguien como yo le aconsejara, dijo. Yo, aunque no estaba por la labor, le escuché. Su padre no quería comprarle “una moto que flipas. Está guapa”.
Hasta aquí hemos llegado ciclista! Una cosa es que me dejes dolorida pero contenta y otra que me convierta en tu psicóloga. Así que mejor recoge tus cosas, te doy un besito de buenas casi noches y nos vemos en el próximo critérium.
Continuará…
Memorias de una libertina