Antes del debate Republicano de Carolina del Sur la pasada semana, los partidarios de Ron Paul se quejaban de que su candidato no estaba recibiendo la clase de atención propia del favorito que su popularidad y sus niveles de recaudación deberían de acarrear. Es cierto que Paul ha sido a menudo pasado por alto o despreciado, el trato que uno dispensaría a un tío que está algo chiflado. Pero tal vez parte del escrutinio del favorito esté justificado.
Paul fue el único candidato del debate en ser noticia, al instar a la derogación de las leyes contra la prostitución, el consumo de cocaína y el consumo de heroína. La libertad para consumir drogas, argumentaba, es equivalente a la libertad de la gente para «practicar su religión y rezar sus oraciones». La libertad debe ser defendida «en todas las categorías». «Es sorprendente que queramos libertad para elegir nuestro futuro en un sentido espiritual», decía, «pero no cuando hablamos de nuestras costumbres personales».
Este argumento se enmarca de forma extraña: Si usted tolera el mazdeísmo, tiene que poder comprar un pico de heroína en el Badulaque. Pero es una
auténtica aplicación del libertarismo, que reduce la filosofía política entera a una única consigna: Haz lo que quieras – reza o paga por un polvo – mientras nadie más salga herido.
Ni siquiera según este rasero permisivo, la legalización del consumo de drogas aprueba. La despenalización de facto del consumo en ciertos barrios – pongamos, en Washington, D.C. – ha alentado la adición generalizada. Los menores, liberados de la atención de sus adictos tutores, tienen la libertad de jugar en parques engalanados con jeringas usadas. Los adictos se liberan en vidas de prostitución y mendicidad. Bienvenidos a Villa Paul, donde la
gente es libre de consumir sustancias que destruyen el alma y degradan sus cuerpos con el fin de apoyar sus «costumbres personales».
Pero Paul tenía una respuesta a esta crítica. «¿Cuántos de los presentes consumirían heroína si fuera legal? Apuesto a que ninguno», decía entre aplausos y risas. Paul estaba aduciendo que las buenas personas — la gente como los Republicanos de la estancia — no abusan de su libertad, en contraste con aquellos otros que no merecen nuestras simpatías.
El problema, por supuesto, reside en que hasta los presentes pueden tener hijos o hijas que hayan luchado con la adición. O puede que hasta experiencias personales con la libertad que se desprende del abuso de sustancias o el consumo de alcohol. Imagino que no se reirían ni aplaudirían.
Los libertarios ocultan a menudo sus opiniones con la peluca empolvada de la filosofía de los siglos XVIII y XIX. Citan a Locke, a Smith y a Mill como defensores de un pacífico reino — una utopía de cooperación y orden espontáneo. Pero la realidad del libertarismo se ponía de relieve en Carolina del Sur. Paul concluida su respuesta haciendo una interpretación burlona de la voz de un adicto: «Ah sí, necesito que el estado se ocupe de mí. No quiero consumir heroína, así que necesito estas leyes». Paul no se da por satisfecho condenando a una importante sección de sus conciudadanos a la autodestrucción; tiene que burlarse de ellos en su degradación. Tales son las costumbres que encontrará en Villa Paul.
Esto no es «La Riqueza de las Naciones» ni el «Segundo Tratado del Estado». Es social darwinismo. Es la arrogancia del fuerte. Es el desprecio hacia los vulnerables y los que sufren.
La alternativa conservadora al libertarismo es por fuerza más compleja. Es la enseñanza de la filosofía política clásica y las tradiciones judía y cristiana que apuntan que la verdadera libertad ha de ser adecuada a la naturaleza humana. La libertad para esclavizarse de la droga es la libertad del pez para vivir en tierra, o la libertad de las aves para poblar los océanos -lo que viene a ser ninguna libertad en absoluto. La ciudadanía responsable y autónoma no crece igual que moras silvestres. Se cultiva en instituciones- la familia, las comunidades religiosas o los barrios decentes y ordenados. Y el estado tiene un papel limitado pero importante en el refuerzo de las normas y las expectativas sociales – incluyendo las leyes contra el consumo de droga y contra la explotación de hombres y mujeres en la prostitución.
Hace sólo 12 años -aunque parece una vida política- que un candidato presidencial Republicano visitó una narcosala rural ubicada a las afueras de Des Moines, Iowa. Conmovido por las historias de jóvenes adictos que se recuperan, el Gobernador de Texas George W. Bush habló de sus propios problemas con el alcohol. «Estoy en proceso de curación. Y es un proceso que nunca termina en lo que a mí respecta… Quiero que sepáis que vuestro proceso es compartido por un montón de gente más, incluso por algunos que llevan traje».
A la hora de decidir quién es un candidato a presidente «importante», empecemos por aquí. Los que apoyan la legalización del consumo de heroína mientras se burlan de los adictos son prescindibles. Es difícil ser un candidato favorito mientras se ostentan valores de segunda.
Michael Gerson