Desde que Manuel Chaves dejó el liderazgo del socialismo andaluz, éste anda perdido en un océano de confusión. No es que la situación se revele por la profusión de movimientos internos que afloran a la opinión pública, es que desde hace meses la evidencia de una caída sin precedentes en la aceptación social saca a flote realidades que, aún habiendo estado siempre a la vista, pasaban inadvertidas a los espectadores, fueran estos analistas de cámara habituales, opinadores de turno o simplemente testigos mudos de las complejidades de la política.
El caso es que los “eres” y los asuntos domésticos que acechan a la cosa pública andaluza, y muy especialmente a Manuel Chaves, tienen la factura de la estrategia descarnada que la derecha aplica sin tapujos contra la persona o personas y no contra el cargo y las responsabilidades. Si uno recuerda el famoso caso de Touriño y de cómo se cebaron contra él siendo todo, como fue evidente al mismísimo día siguiente de las elecciones gallegas, un bluf intelectualmente inadmisible con forma de falso cochazo oficial, se da cuenta de lo eficaz del método goebelliano para perseguir al adversario, difamarlo hasta crearle alma de delincuente. Si la izquierda hiciera lo propio no quiero ni pensar como se sentiría Gallardón, el alcalde fachada, que dispone de escoltas, vehículos, asesores y viajes sin control plausible por parte de una oposición ignota hasta la fecha en el municipio.
El caso es que el falso caso Chaves y el, aparentemente, cierto caso “eres” no es ni una sombra al lado de la cúspide que representa la trama Gürtel, un plan ideado para vaciar los bolsillos de los contribuyentes apoderándose de su dinero cuando este ya estaba ingresado en las cuentas públicas. Un plan de cientos de millones de euros, es decir, de decenas de miles de millones de pesetas, no sé si antiguas o sencillamente de las de antes, territorialmente extendido en varias comunidades y con imputados de todos los tamaños. Y allí que nos viene el señorito andaluz de toda la vida, aquel al que le lustraba los zapatos el limpia del Palace en memorable instantánea electoral, el que mira de reojo a la cámara todos los fines de semana emulando a sus amigos Orejas e Iturgaizs como estrellas de la tele del aznarismo, y que aspira a suceder a Griñán: Arenas, ese hombre, que se apresta a cargar contra la mayor bolsa de corrupción de la historia. Lamentable.
Tan lamentable, al menos, como el propio Griñan que tiene sumido a su partido en una crisis sin precedentes, decía, en un vacío de poder político y de propuestas de reactivación económica, política y social. Ahora, él, en plenas elecciones municipales, traslada a su partido a una reflexión, de las que producen efecto humeante sobre su cabeza, acerca de la asegurada continuidad histórica en la línea de sucesión con Carme Chacón al frente del socialismo, a la que imagino entre colorada y abochornada por la inoportunidad y la absurda innecesaridad de meter el asunto de marras en el macuto de los votos electorales de los paisanos sin carné de partido.
Y es que Griñán debería valorar que su opinión y, sobre todo, su importancia pende del resultado que en estas, y no en otras, hasta el momento, elecciones obtenga su partido en capitales, pueblos y provincias.
Ese absurdo ventajismo que ha querido evidenciar frente a Alfredo P. Rubalcaba, es tan innecesario como probable fruto de una ocurrencia con la que ni él mismo estará de acuerdo cuando la haya visto retratada y publicada.
Como cuando anunció la retirada de Zapatero, más o menos.
Rafael García Rico