Dicen en política, que una intervención anunciando una derrota o un abandono, si está bien construida y tiene valores emocionales que encandilen al auditorio, cumple fines más allá de aquellos para los que estaba, en apariencia construida.
En los escasos diez minutos de declaración televisiva de Carme Chacón, trató de construir desde su sacrificio la identidad una mujer, catalana y joven, capaz para asumir nuevos desafíos en el futuro. Renunció a los inmediatos, pero con la vista puesta en el batacazo de Rubalcaba.
Solo erró en una cosa: la extrema gravedad de su actitud, que reflejaba rabia y dolor por haber sido derrotada o sacrificada. La misma cara larga que exhibió en el Comité Federal.
Si quería mostrar su predisposición para el futuro más bien ha quedado como esos personajes heridos, incapaz de disimular el dolor y que hacen de su padecimiento la bandera para que todos la arropemos con nuestra conmiseración y cariño.
Inmadurez es la palabra. Rabia caprichosa, el concepto. Incapacacidad para estar a la altura de un revés, el planteamiento. La mano larga y experta de Barroso o es tan inútil como legendaria, o es que ella es incapaz de sacarle partido. O es que, finalmente, no había nada que hacer por mucha dilectita y telegenía de manual que le aplicaran al personaje. Enfrentada a la adversidad, se desmoronó tanto como el prestigio comunicador de su chico.
Se lo ha puesto aún más fácil a Rubalcaba, que la ha noqueado sin subirse al cuadrilatero.
Pinocchio