Los socialistas están enfadados. Pero no crean que con sus dirigentes, ni con sus actitudes. No. Con quienes están enfadados es con nosotros. Están que echan chispas porque no les hemos votado. Se sienten estafados por el electorado, por «sus» votantes, en suma traicionados por el «pueblo», que como todo el mundo sabe es por principio y esencia suyo. Y de lo contrario es que el pueblo se ha equivocado. Es, ya lo dijo el gran filósofo de Getafe, «tonto de los cojones».
Esa es en el fondo la apreciación de la izquierda de siempre, y aunque resulte una verdadera temeridad entender al PSOE como izquierda, sus envoltorios y tics los exterioriza y sobreactua más que nadie, quizás para camuflar la endeblez de fondos y contenidos. Después de la hecatombe sufrida el 22-M la reacción de no pocos de sus cuadros y capitostes autonómicos y locales es la de un cabreo sordo que en ocasiones no es mudo y deja fluir esa inquina por verse desalojados del poder. Cierto que las cúpulas contienen el lenguaje y son más contenidos pero basta rascar un poco en capataces, cofrades y costaleros del partido para que esa sulfurada rabia se desborde. Culpables todos. Menos ellos, claro. La misma reacción de siempre. Ante su particular crisis utilizan el mismo registro defensivo que ante la crisis que sufrimos todos: responsabilizar a todos, a todos con tal de no asumir responsabilidad algunas ellos mismos.
Parten, y esto es general en los partidos, de un concepto de posesión y patrimonio de sus votos que en el PSOE se acrecienta con la creencia absoluta de que sus ideas, moral y ética son superiores y el seguirlas les hace a ellos moralmente mejores que el resto de los humanos. La repetida frase de «nuestros votantes se ha quedado en casa» refleja la contumaz estupidez. Si se han quedado en casa, si han votado a otro o han hecho lo que les ha dado la gana son cualquier cosa menos «sus» votantes. Porque bien claro les han dejado que no les da la real gana de serlo. Porque el voto es de cada cual y cada cual hace con él lo que estima oportuno. O debiera hacerlo.
Pero estas dos concepciones de sí mismos y del voto son las que ahora propician ese ofuscado estado de ánimo que lejos de la reflexión y la búsqueda humilde de error cometido, se siente agredido y resentido por haber sido apartado del poder o poderes que entendían casi como parte del patrimonio personal y del partido. Los que no les han votado y ya no digamos los que han osado hasta explicarlo y criticarles son «el perverso enemigo», caídos al «lado oscuro de la fuerza» y vendidos a la «extrema, derecha, extrema» que se come a los niños.
Pues más vale que se les vaya pasando. Más les vale recuperar humildad y repasar lo sucedido para corregir errores y actitudes. En eso deberían estar pero no parece que lo estén. Ni su sanedrín de derrotados incapaz de asumir una responsabilidad y obrar en consecuencia ni por la pléyade de cargos desalojados en ciudades, provincias y capitales que habían ya supuesto que los sillones eran de su exclusiva propiedad y usufructo. Todos muy enfadados. Vamos que hay que andarse con cuidado con tropezarse con ellos.
Antonio Pérez Henares