Al principio fueron indignados. Utópicos. Antiguos. Aunque, muchos de ellos, ‘amoalauras’. Gente ilusa que creía que el mundo se podía cambiar organizando comisiones, asambleas y fuegos de campamento. También estaba la izquierda más casposa. Esa que sigue añorando la democracia popular que había más allá del Telón de Acero porque, con su caída, se quedó sin ideología. Extrañamente, todo el movimiento se puso en marcha una semana antes de unas elecciones libres para influir en su resultado ya que, en ellas, se barruntaba que iba a ganar la derecha. En cuanto se celebraron las elecciones y ganó la derecha, todos los indignados dejaron de tener razón de ser y se fueron marchando. Su movimiento no había servido para nada frente a la libertad.
Tras su marcha, quedaron representando al movimiento 15M una serie de individuos que decidieron convertir la Puerta del Sol en una favela. Allí estaban bien. Mejor que en cualquier otro lado. Y como las favelas suelen ser mugrientas, la mierda se fue apoderando de todo aunque barriesen como se barre en casa para que no lo vea la suegra. Como es natural, aparecieron los piojos, las pulgas y las chinches y las votaciones, a mano alzada, producían unas oleadas de sobaquina que convirtieron la simbólica plaza de Madrid en algo insoportable. Lógicamente, hubo otro gran éxodo y eso hizo que allí quedasen los únicos que soportaban medianamente aquellos aromas poco saludables. De hecho, por la noche apenas dormían cincuenta personas en la favela. Algunas de las cuales, acuciadas por necesidades primarias y por aquello de rememorar el “amor libre” de los sesenta, se dedicaban a someter a las chicas a vejaciones con algún intento de abuso sexual. La noche es larga y las necesidades muchas.
Pero cuando todo el movimiento agonizaba entre picores y enfados de las organizaciones feministas, aparecieron unos antisistemas, venidos de Barcelona (allí sí que saben). Gente organizada y capaz de aprovechar los rescoldos de la primitiva hoguera indignada. Y vuelta a empezar. Como el campamento-favela de la Puerta del Sol no se podía mantener porque su caída de popularidad estaba siendo alarmante, se han inventado una gran marcha nacional al estilo de la Larga Marcha de Mao Tse-Tung de 1934, porque, conociendo a los antisistemas, esa convocatoria no podía ser al estilo de la Marcha Fascista de Mussolini sobre Roma de 1922 o de la Marcha Verde, tirando a marrón, de Hassan II sobre el Sahara español de 1975, por ejemplo. Incluso, estoy seguro de que cogerán los lemas del famoso poema del Gran Timonel chino, aquel que decía ‘El Ejército Rojo no teme los rigores de una larga marcha, / mil montañas, diez mil ríos no significan nada…’ A ellos les tira eso del maoísmo. Y todo para arrastrar a las masas de campesinos, según vayan cruzando España, y terminar tomando Madrid el día 17 de julio (curiosa fecha también) y ‘refundar la democracia’. ¡Vaya toalla!
Mientras tanto, un Zapatero desaparecido toca la lira desde su palacio de la Moncloa y un vicetodocandidato no se moja ni en la ducha porque eso perjudicaría su campaña.
Así da gusto.
Pinocchio