martes, noviembre 26, 2024
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20.40.60 (III)

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La cena había transcurrido en un ambiente relajado. Nada encorsetada para ser una reunión de trabajo. Él había llevado el peso de la conversación. Primero sobre trabajo, después sobre la situación política y económica española, pasando por el fútbol y terminando con anécdotas que arrancaron más de una carcajada.

En un momento dado, que coincidió con una discusión entre los seguidores de Guardiola y los de Mourinho, desconecté y comencé a observarle detenidamente. Me encontré con una madurez bien llevada, tal vez porque sus gafas de pasta negra o su pelo corto y en punta, aunque algo canoso, le daban cierto aire jovial. Su voz ronca, en cambio, contrastaba con su aspecto lo que le hacía, si cabe, más interesante.

Después de cenar, nos dirigimos a un pub que habían abierto recientemente a tomar una copa. Tras un rato charlando, alguien del grupo nos invitó a jugar una partida de billar. Cogí un taco como quien coge una escoba y esperé mi turno. Le di a la bola blanca y ésta le dio consecutivamente a una bola del equipo contrario. Desastre. Risas varias. Se me acercó y en un tono bajo y grave anunció que bola se embolsaría y en que tronera la  introduciría. Le salió. Me pareció un poco chulito, pero me gustó. Claro que, yo no tenía idea de lo que era “bola 8”. Durante mis turnos se acercaba. Me decía como debía colocarme, cuando debía darle tiza al taco. Me ponía entre nerviosa y excitada. Y él me sonreía, como sabiendo lo que me provocaba.

Acababa la noche y yo me ofrecí a llevarle al hotel. Ya en el coche hablamos de mi buen juego. Pellizcó mi mejilla. Pensé en lo tierno que debería ser con una mujer en la cama. Estaba dispuesta a comprobarlo Subí disimuladamente mi falda y dejé mis muslos a su vista. Pero él no se dio por aludido. Aún así, estaba segura que me pediría que subiera a su habitación. Pero no lo hizo. Me dejó descolocada.

Al llegar a casa y entre mis sábanas, deslicé mis dedos entre las piernas imaginando que eran los suyos. Acariciándome suavemente. Como intuía que él lo haría. Fantaseando con nuestros cuerpos desnudos sobre una mesa de billar. Me vacié y me quedé dormida.

Al día siguiente recibí una llamada suya. Me invitaba a almorzar cerca de su hotel. Cuando llegué, su gentileza volvió a llamarme la atención. Me recibió con un beso en la mejilla y cogió la silla por el respaldo para ayudarme a acomodarme a la mesa. Yo estaba encantada. Aquel hombre era un encanto. Después, me aconsejó que eligiera el steak tartare y así lo hice.  Como buen gourmet, me sorprendió con su elección de vinos. Primero pidió un Verdejo para los entrantes y después un Mencía  para acompañar el segundo plato y comenzó a explicarme las razones de su elección. La comida fue maravillosa. Aunque debo confesar que pasé casi todo el tiempo escuchándole.

De pronto, me dijo que me invitaba a una copa en su hotel. Sin duda era lo que yo quería escuchar. Me apetecía mezclarme con aquel hombre que me sacaba casi 20 años de edad.

Cuando llegamos a la habitación, cerró la puerta. Y aquel hombre tan delicado y caballeroso se convirtió en un hombre básico. Primitivo.  Tras cerrar la puerta, me dijo que me desnudara. De hecho, casi sin darme cuenta, él ya se había desnudado y se encontraba ayudándome a hacer lo mismo mientras me mostraba un hermoso pene erecto. Parecía como si diese por hecho que allí no estábamos para perder tiempo. Reconozco que no supe reaccionar y me dejé hacer.

Y ya desnudos, me tumbó sobre la cama. Me abrió las piernas y comenzó a lamer mi sexo al tiempo que introducía sus dedos en él. Yo empecé a derretirme. Aquel hombre era una máquina de lamer. Después, escupió sobre mi ano e introdujo otro dedo. Me volví loca. Tanto que consiguió elevarme al paraíso. Pero cuando yo quería descansar para recuperarme, me dio la vuelta y  sentí aquella tremenda erección en profundidad, al tiempo que sus manos se movían sobre mi clítoris con una maestría inigualable. Y yo volví a elevarme al cielo. No podía más. Casi no quería más. Casi no soportaba más. Pero él sí. Sabía controlarse y siempre estaba en forma. De nuevo me tumbó boca arriba y de nuevo acercó su lengua a mi sexo. Escupiéndome sobre él.  Mojándome de nuevo.  Excitándome. Mojando su pelo. Acariciando su nuca con mi sexo. Me dejé hacer.  Solo sintiendo. Solo disfrutando.

Me dormí. Sin consciencia de cuando fue. Profundamente satisfecha. Una hora más tarde, me desperté y le encontré sentado en un sillón de la habitación… sonriendo… satisfecho.  En  hora y media me había puesto mirando a Burgos y también a Cuenca. ¡Castilla qué bonita eres!

¡¡¡La vida te da sorpresas…sorpresas te la vida, ay dios!!! Benditos 56.

Memorias de una libertina

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