Sus señorías se han llevado un pequeño sobresalto al tener casi frente al Congreso a muchos de los «indignados» del 15 de mayo. No les ha venido mal ver de cerca a los indignados. Pero vayamos por parte. España es una democracia, una democracia con todas las imperfecciones que se quiera, no más que las de otros países, pero sin duda democracia. Y eso es algo que no deben de perder de vista el movimiento de los «indignados».
En realidad, y lo señalan las encuestas, indignados estamos muchos ciudadanos, cada cual por motivos diferentes. Unos porque viven con angustia el paro, otros porque ven como se va recortando el Estado de bienestar, unos por unos motivos, otros porque están hartos de contemplar como los partidos llevan en sus listas a políticos acusados de corrupción, los jóvenes por la falta de oportunidades, los mayores por el recorte de sus pensiones, los de más allá porque están hartos de que tengamos un Estado donde se triplican los cargos, etc, etc, etc. Y toda esa indignación cogió cuerpo el 15 de mayo, y fue aumentando los días posteriores hasta configurar un cambio en el paisaje urbano con acampadas permanentes en el centro de las principales ciudades.
Pero insisto, «indignados» hay miles de ciudadanos, participen o no del movimiento del 15 de mayo. El problema de ese movimiento es no morir de éxito. Hasta ahora han contado con el apoyo y la simpatía de los ciudadanos de a pie, del ama de casa, del jubilado, del parado, de pequeños empresarios, de empleados, en fin, de una buena parte de la sociedad que se sentían identificados con el grito de hartazgo lanzado por este movimiento. Luego, muchos han continuado «indignados» pero de nuevo su indignación es individual al no comprender por qué parte del movimiento del 15 de mayo se empeñaba en seguir ocupando las plazas de las ciudades, en vez de organizarse para canalizar esa indignación. La incomodidad que la ocupación de las plazas ha provocado en comerciantes y ciudadanos ha ido en aumento y eso ha hecho que el movimiento haya ido perdiendo cierto apoyo popular, y lo peor es que pueden seguir perdiendo apoyos si toman el camino equivocado.
Nada tiene de particular manifestarse ante el Congreso de los Diputados. No está de más que sus señorías y el Gobierno palpen directamente la indignación de la calle, pero eso es una cosa y otra amenazar con abrirse paso y entrar en el Congreso. Esa habría sido una gran equivocación, pero afortunadamente imperó el sentido común y los manifestantes se fueron a casa.
En democracia hay cauces para expresar la indignación y el rechazo a las políticas que se llevan a la práctica. Manifestarse es una manera de protestar, pero hay muchas más. Las asambleas de barrios es una buena opción para trabajar y poder llevar todas las reivindicaciones a quienes ostentan la representación municipal. Desde luego no hay porque renunciar a manifestaciones ni concentraciones, que ya sabemos que se pueden organizar en minutos convocándolas a través de la Red.
El movimiento del 15 de mayo está en un momento crucial, puede terminar convirtiéndose en un movimiento marginal liderado por antisistema, o en el que siga cabiendo todo el mundo. Ese es el gran reto.
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Julia Navarro