De Bildu me desagradan muchas cosas. Por ejemplo, su cercanía a una banda de asesinos; me molesta su uso del término izquierda asociado al adjetivo patriótico, combinando el patriotismo etnicista con la ideología de la emancipación, produciendo un gas tóxico que marea, abruma y, finalmente, repugna. Podría decir que me molesta su infantilización del pensamiento mientras retuercen con una retórica desfasada el lenguaje con el que contaminan nuestra normal y natural forma de comunicarnos. La verdad es que también me molesta su uniformidad estética: no sólo la referida al tradicionalismo étnico del vasco vasquísimo, rural y ancestral; también la que se refiere a su apariencia formal en ruedas de prensa y en actos infestados de estereotipos nacionalistas.
De Bildu me molesta, sinceramente, su existencia. Pero no su existencia como opción alternativa a la violencia o porque piense que mienten. Me molestan simplemente por lo que son, por lo que creen, por lo que sienten, o no sienten, por lo que desean y por lo insoportable de su insistencia fantasmal en retrotraernos a la miseria esa de los plenos municipales con fotos de pesos y todas las zarandajas asociadas a su “militancia”, que es, más bien, una forma de vida que justifique otras formas de vida ya perdidas para la razón tanto como para siempre.
Me molesta la ideología del pantalón corto, la camisa parda y el brazalete rojinegro en la manga subida hasta el codo. Esa, tan fácil de reconocer, se ve también en los gestos insistentes, en las sonrisas impostadas de los “líderes”: En esa mezquindad que supura el verbo violento y amenazante, el sustantivo hueco y el adjetivo permanentemente indecoroso. Me molesta Bildu, así es.
Entiendo, en cambio, que hay que convivir. Y aunque me molesten tengo que aceptar su existencia porque están ahí, van por la calle, están, son. Y pueden ser útiles para asegurar la paz, aunque eso conlleve sufrir esa representación pueril continuada en la que creen asentar principios allá donde sólo hay la banalidad del mal, la teoría de Arendt referida al nazismo que tanto me interesa y que veo tan nítidamente retratada en la actitud de los actores de la coalición, de ésta y de las anteriores, de los protagonistas y de los secundarios, de todos esos personajes que han creado el circo del crimen, con tres pistas: presos, criminales y asociados diversos (votantes, simpatizantes, perros callejeros y toda la morralla que practica el mal de forma natural, sencilla, con corrección y eficacia, con la comodidad de hacer lo indicado por la jerarquía, sus autoridades, etc.)
Me molestan, sí. Porque nos devuelven al espectáculo circense otra vez, una más, con los mismos payasos y los mismos equilibrismos dialécticos llenos de verborrea y ese olor insoportable a excremento animal.
Me molesta Bildu, sí. Ellos siguen en el campamento, entre sus propias centurias, paseando ovejas en las manis, vestidos para ir al Bernabéu, a los coros y danzas del Caudillo, homenajeando a la ikurriña como en las imágenes tuneadas de Leni Riefenstahl, y toda esa excursión interminable a la caverna de la que, desde Platón, intentamos escapar los que asentamos nuestras ideas en nuestras neuronas y no en la visión impensable, retorcida y distorsionada de la realidad.
Me molesta Bildu, ahora que teniendo la oportunidad de trabajar para la paz y solucionar por fin esta tragedia. Lo único que hacen es sacar a pasear al fascista que llevan dentro, con las mismas bobadas y los mismos envalentonamientos, devolviéndonos al día de la marmota más tonto de todos los posibles.
Me temo que la única solución será que a este Sísifo se le caiga, de una vez por todas, la piedra en la cabeza y le rompa la crisma.
Rafael García Rico