No fue un debate de la Nación al uso. Pendía sobre el hemiciclo la constancia de una despedida. No se moderaron las bancadas tan vocingleras y faltonas como siempre, pero algunos portavoces se permitieron hacer a Zapatero un elogio personal (solo personal). A él, en algún momento, casi se le quebró la voz.
No hubo grandes novedades. Zapatero, como es lógico, intentó defender su gestión y las reformas que le han llevado a suscitar la ira de tantos ciudadanos. Pese a que el Partido Popular no dio tregua, pretendió y consiguió dar la impresión de legislatura zanjada, las críticas que el presidente del Gobierno menos deseaba oír le llegaron desde la izquierda.
Le recordaron que había aplicado medidas de recorte impropias de un socialdemócrata, que había hecho el trabajo a la derecha y que, aunque Rajoy esté solo por la demolición, podría haberlas suscrito sin rubor.
Es cierto que la burbuja inmobiliaria no se creó durante sus mandatos, pero también es verdad que en la primera legislatura, cuando ya se veía venir que todo podía acabar de forma abrupta, no hizo nada por corregirlo. De la quiebra del sector inmobiliario proviene gran parte del inasumible nivel de paro que sufre este país.
En cuanto a la intervención de Rajoy, subió a la tribuna, hablo, fuese, y no hubo nada. Nada, salvo repetir como un mantra la exigencia de adelanto electoral, como si su mera presencia al frente de un nuevo Ejecutivo fuera a resolver la crisis por ensalmo.
A Mariano Rajoy le paso una cosa, según su propia expresión, «verdaderamente notable». Al tratar de contestar a una joven, hace unos meses, durante un programa en televisión, sobre las medidas concretas que adoptaría para crear empleo, echó una mirada a sus anotaciones, titubeó y, durante unos instantes (que tanto a sí mismo como al entrevistador debieron resultarle eternos), pareció sumido en la más absoluta inopia. «Que lo he escrito aquí -dijo al periodista del canal en cuestión- y no entiendo mi letra».
Más que notable, el suceso fue realmente increíble. Porque a todo el mundo le puede pasar algo así, no ser capaces de leer lo que previamente ha garabateado, pero lo tremendo del caso es no saberse de memoria y tener que recurrir a las anotaciones para contestar una pregunta sobre el tema más candente y duro de toda la legislatura, y el que más ha utilizado en su política de oposición: el paro.
El martes volvió a sucederle algo parecido. Sus anotaciones son tan crípticas que no es de extrañar que Rajoy se pierda en su maraña. Seguro que entre ese jeroglífico de símbolos y letras -que más parecen formulas matemáticas o químicas- está la solución a todo. Pero puede que ni él mismo lo entienda. O quizás sí lo entiende, sí lo tiene muy claro, pero no se atreve a contárnoslo.
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Victoria Lafora