Me imagino que el Rey también está indignado. No lo sabremos a ciencia cierta por las limitaciones constitucionales que tiene para expresar sus opiniones como cualquier ciudadano. Pero conociendo su alto grado de sensibilidad social para los problemas que afectan al pueblo español, me atrevería a decir –con la venia, Señor- que Su Majestad lo está pasando muy mal al contemplar desde su atalaya el legítimo malestar que invade a la gente y que antes de aminorarse va camino de una revuelta pacífica de la que no solo son protagonistas los acampados del 15-M.
No hay una sola declaración pública de Juan Carlos I, a lo largo de su venturoso reinado de treinta y cinco años, en la que, viniese o no a cuento, faltase alguna referencia a los asuntos de actualidad, fuesen estos gozosos o, por el contrario como sucede ahora, motivo de honda preocupación para el conjunto de la sociedad. La indignación en nuestro país se reparte por todos los sectores, como el Sol se esparce por todos los tejados sin distinguir entre unos y otros barrios. Pequeños y medianos empresarios, trabajadores de grandes fábricas, periodistas despedidos, profesionales sin clientela, autónomos mano sobre mano, taxistas sin viajeros, miles de desamparados a las puertas de los comedores de Cáritas y un largo etcétera de menesterosos, en otro tiempo empleados con salario digno, integran esta legión de empobrecidos que amanece cada día suspirando por llevar algo a su casa.
Ningún español, y desde luego el Rey –lo doy por cierto- es ajeno al vendaval que sufre nuestra economía, que ha dejado en las cunetas del bienestar a 4.900.000 parados, 900.000 de ellos jóvenes en busca de primer empleo. Siendo este el lado más lacerante del panorama nacional, no lo es menos el de tantos padres de familia que ven recortados sus recursos, que prescinden de algunos extras, que suprimen las vacaciones de verano en la playa y que hacen equilibrios para alcanzar el final de cada mes.
De ahí la inmoralidad de las declaraciones del consejero delegado del BBVA, Ángel Cano, al tachar de medidas populistas las iniciativas del Gobierno Zapatero para suavizar la presión de las hipotecas sobre la gente. Este señor, que demuestra no tener sentimientos, debería comportarse como un ejecutivo comprensivo con sus clientes y no dedicarse a amenazar con la caída del imperio bancario por dejar de ingresar algunos millones de euros de personas que se quedarían sin techo. Pocas veces hemos podido leer manifestaciones tan desafortunadas, contrarias al espíritu solidario que informan los Derechos Humanos, la Doctrina Social de la Iglesia y todo principio ético de la moral civil.
¿No es para que el Rey y los más de 48 millones de españoles estemos indignados? Sin duda, sí. Tengo la íntima seguridad de que el Monarca padece con toda intensidad la dolorosa situación que aflige a los ciudadanos. Y por tener esta certeza de que el primero de los españoles no es en absoluto insensible a los problemas que a todos incumben, me parece totalmente injusta la petición del 15-M de “revisar la Monarquía”. Pero, ¿ha existido en la Historia de España un Jefe de Estado más atento a las dificultades de su pueblo, más incitador de las reformas sociales, más crítico con los desequilibrios sociales, o más gratificado con las medidas de gobierno en línea con aminorar el sufrimiento de la gente?
Hay cosas que se hacen muy difíciles de digerir. Nuestro buen Rey Juan Carlos, providencial en la reciente historia, no merece en modo alguno que los indignados, confundiendo las churras con las merinas, la gimnasia con la magnesia, la gestión gubernamental con el régimen constitucional, que ha sido puesto como ejemplo en todo el mundo, insulten a la inteligencia poniendo entre sus inconcretas reivindicaciones ese medio renglón sobre la revisión de la institución más valorada por los españoles: la Corona.
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Francisco Giménez-Alemán