Si la «mala milk» fuera una fuente de energía en España haría tiempo que habríamos dejado de importar petróleo (y gas). Los diferentes planes de Educación a los que han sido sometidos nuestros alumnos no han evitado que los chistes de patio sean siempre sobre el gordito, el tartaja o el diferente. En materia de convivencia ciudadana no hemos pasado nunca de un cero (y lo que es peor, tampoco hay voluntad de recuperar la asignatura en septiembre).
El presidente del Congreso para atacar al director de un periódico se refirió a él como «el calvo», creyendo que hacía una gracia de amigotes en el aperitivo, una de esas bromas que los amigos jalean con unas risas. Alopécico le debió parecer a Bono lo peor de lo peor. Y para criticar que la ministra de Sanidad se haya apuntado a unas vacaciones en una residencia de su negociado lo que se hace es dar en primera página el ombligo de Leire Pajín y ofrecer la instantánea al despiece de los programas del corazón. Hacer de la política una «tómbola» a todas horas lleva a estos desmanes que rozan el límite de la buena educación y traspasan los comentarios críticos para volverlos en cítricos y sin vergüenza. Nadie, ni siquiera Ana Obregón, está libre de ser cazado en la playa con la gorra de visera y el bostezo mañanero. Tampoco a nadie se le exige protocolo cuando se pone unas chanclas para bajar a la arena.
Una cosa es criticar la gestión de la ministra de Sanidad y denunciar que se haya apuntado a un «gratis total», y otra denostar a Leire Pajín hasta el límite del llanto. Lo menos preocupante es que alguien haga una foto, lo peor son todos aquellos que esperan turno en el bar para mirar la instantánea y reírse a coro porque ellos sí que son «puros» y pueden presumir de una belleza inmaculada. Pero al reír se les ven las caries de la infamia que mella sus bocas cavernosas. Las personas somos cualquier cosa menos un espectáculo público y tenemos derecho a ser altos o bajos, flacos o gordos, calvos o reimplantados, adefesios o adonis, Pierce Brosnan o ecce homo, cayetanos o paquirrines. El mundo no es sólo de los ricos, guapos y famosos. Acerca de la fealdad de Alberto de Mónaco no he leído comentario alguno, y eso que era hijo de una de las mujeres más hermosas del siglo XX, en cambio Alberto ha desarrollado su propia identidad física. Claro, pero es un Príncipe y está por encima de las críticas mundanas.
Si el circo del XIX abriera de nuevo las colas estarían ante la casa de la mujer barbuda y del hombre más alto del mundo. Alegres comadres se darían codazos por triunfar con los comentarios más bordes. Y en la entrada se venderían cacahuetes para tirar a los hombres-mono.
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Rafael Martínez Simancas