¿Y si la víctima fuera él? ¿y si nos hubiéramos dejado arrastrar por los prejuicios? No dejo de hacerme estas preguntas a raíz de los últimos acontecimiento en torno al caso de Dominque Strauss-Khan.
El ex director del FMI tenía fama de mujeriego, de ser un depredador en sus relaciones con mujeres. Se contaban de él ciertas historias, como la de que abusaba de su condición de poderoso a la hora de relacionarse con mujeres. Había antecedentes, mujeres que se sintieron apabulladas, por decirlo suavemente, por el poder que ejercía este hombre a la hora de elegirlas como presa.
DSK tenía en contra malos antecedentes, de manera que cuando una emigrante de color, limpiadora en un hotel, y aparentemente sin un dólar, le acusó de haberla violado, no dudamos, el hombre era culpable. Además nos conmovimos con la supuesta víctima, a la que se nos antojaba que abusar de ella tenía un plus de maldad. Nos parecía claro que por más que él se declarara inocente era culpable. Y pocos lamentaron verle esposado, encarcelado en una de las penitenciarías más duras de Estados Unidos, con la posibilidad de cumplir una larga condena y, desde luego, con su vida política acabada para siempre.
Todo parecía encajar en un guión de buenos y malos en el que al final los buenos triunfan sobre los malos por poderosos que sean estos. Pero ahora resulta que hasta la Fiscalía de Nueva York ha tenido que admitir que la denunciante ha mentido, o que al menos no ha dicho toda la verdad, que se ha inventado un pasado, un hijo de más, unas violaciones allí en su país, Guinea, que no existieron, que además tiene amigos narcotraficantes y que curiosamente dispone de varias cuentas corrientes con cantidades de dinero que alcanzan los cien mil dólares. Por si fuera poco, ha incurrido en numerosas contradicciones sobre lo que sucedió, hizo y dejó de hacer el día de los hechos.
Hay quien justifica el comportamiento de esta mujer por el hecho de ser emigrante y pobre, como si eso fuera suficiente para restar la responsabilidad de lo que supuestamente ha hecho. El tribunal de Nueva York aún tiene que decir la última palabra y decidir si Dominique Strauss-Khan es totalmente inocente, pero mientras tanto deberíamos de hacer una reflexión colectiva sobre los juicios paralelos, y quizá recordar aquello de que a veces las apariencias engañan.
Los juicios paralelos, los juicios mediáticos se llevan a cabo al margen de la ley, y los acusados no pueden defenderse, el veredicto es rápido, y en ocasiones, aunque se demuestre la inocencia, ya es tarde, porque es difícil salir de un juicio mediático indemne. Siempre habrá alguien que crea lo peor y que diga eso de cuando el río suena… Además, para qué engañarnos, DSK caía mal, demasiado arrogante, demasiado rico. Un hombre que se decía socialista y dirigía el Fondo Monetario Internacional, que se alojaba en hoteles de muchísimas estrellas, que le gustaban los coches caros, y nadaba en lujo ¿cómo podía caer bien? De manera que nadie estaba dispuesto a creer que de lo que se le acusaba no fuera culpable.
Dominique Strauus-Khan ya no será nunca el mismo y aunque salga bien de esto, quizá lo sufrido no le haga mejor. Pero más allá de su propia suerte, yo me sigo preguntando por qué es tan fácil dejarse llevar por prejuicios y sobre todo estar dispuesto a creer lo peor de lo peor del que aparentemente es más afortunado.
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Julia Navarro