Aparentemente, parece una misión imposible. En síntesis, Alfredo Rubalcaba -acaba de desaparecer «Pérez», tal vez por esa afición de los publicistas que trabajan para el PSOE de sintetizar las personalidades en marcas- tiene la misión de hacer olvidar los muchos años que ha sido uña y carne con el presidente Zapatero.
No es fácil convencer que quien fue portavoz parlamentario, ministro de Interior y vicepresidente primero del Gobierno no tuvo responsabilidades íntimamente compartidas con el jefe del ejecutivo. Entonces, disociar esas responsabilidades para crear una alternativa nueva a del todavía secretario general requiere un alarde de maquiavelismo. Bueno, eso se lo pone menos difícil al inteligente Alfredo Rubalcaba.
Pero ocultar los ajustes producidos, abdicar de ellos y proponer medidas populistas tiene el problema de la vigilancia que ejercerán los mercados y sus vicarios en la tierra de la política, las autoridades de la Unión Europea. Si vuelve a haber cataclismos financieros, los gestos populistas no podrán tener, siquiera, promesas presupuestarias. Entonces la campaña electoral, que es por definición un periodo para hacer promesas imposibles de cumplir, será un calvario para el candidato socialista.
Pero el problema fundamental es de crédito. Se ha visto con la puya lanzada contra la Banca, porque la pregunta inmediata es ¿no ha tenido tiempo el portavoz, ministro y vicepresidente Rubalcaba para darse cuenta de la naturaleza de los banqueros españoles durante los últimos ocho años?
Alfredo Rubalcaba necesita borrar su pasado y crearse una nueva identidad para que su crédito tenga recorrido. No es fácil, pero el hombre que aspira a ser sencillamente «Alfredo» es el único que puede conseguirlo. Cuestión de alquimia política.
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Carlos Carnicero