sábado, enero 11, 2025
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Jugando

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Fue el primero de los juegos. Me lo había pedido muchas veces, pero yo siempre remoloneaba. No le daba una negativa ni tampoco mostraba entusiasmo. Supongo que se cansó de tanta duda y un día pasó a la acción sin consenso previo.

Me recogió a las 9 de la noche y me llevó a tomar una copa en uno de los barrios nuevos de la ciudad. El lugar tenía decoración Art-Nouveau. Grandes lámparas de araña, cortinas aterciopeladas rojas, forja y mármol en las mesas y un juego de luces que daban un ambiente cálido y acogedor al pub. Nos dirigimos a un extremo de  la barra, iluminada por unas lámparas de sobremesa Tiffany que la hacían íntima y proclive a la privanza.

Y comenzó el juego. Sabía cómo provocarme, comenzó besándome el cuello lentamente. Recorriéndolo con su lengua hasta llegar a mí oreja. Soplando suavemente por el mismo trayecto. Eso hacía que se me erizara la piel y mi respiración se alterara. Me senté en la banqueta y se puso frente a mí. Se colocó entre mis piernas y metió su mano por debajo de mi camiseta. Mis pezones estaban ya endurecidos. Me excitaba lo prohibido. Estuvo varios minutos manoseando mis pechos al tiempo que me decía todo lo que me iba a hacer cuando llegásemos a la cama. Mientras le escuchaba, encendida, me encontré con una mirada turbada. Se lo dije y, lejos de parar, continuó con su provocación.  Esta vez se situó detrás de mí. Sus manos acariciaban mis muslos, a la vez que me decía que le ponía mucho saber que estábamos alborotando al tipo aquel que no dejaba de mirarnos.

Me preguntó si me gustaría llevarme aquella verga erecta a mi boca. Le dije que sí. Quería sentir hasta qué punto le habíamos conseguido estimular. Entonces fue cuando me pidió solo una cosa. Escucharnos. Asentí. Me dejó sola en la barra. Caliente y mojada.

Me llamó al teléfono móvil. Era el momento de mirar al desconocido de forma provocativa y llevármelo al lavabo. Fue sencillo. Me siguió hasta los baños y nos metimos en el de caballeros. Cerré la puerta y dejé el móvil en una repisa. Abordó mis pezones, presionándolos con fuerza. Sin hablarnos. Respirando fuerte. Estábamos ansiosos. Me senté en el inodoro y le bajé la cremallera. Humedecí su pene firme y sus dilatados testículos con mi lengua. Recreándome en el glande, como si comiera un helado. Me dijo que me bajara las braguitas, quería inundar mi vagina. Pero yo seguí lamiendo y empapando su fuste. Ardía  pensando que mi hombre estaba masturbándose en el coche, pegado al teléfono. Yo complaciéndome con el roce de la costura del pantalón en mi clítoris. Mi boca babeante succionaba con rapidez hasta que sentí el primer azote. Fue entonces cuando me aparté y la apresé entre mis manos. Él me pedía más intensidad. Su respiración era rápida y sonora. Cerré los ojos. Sentía su calor y el de mi pareja a la vez. Los tres aflojados al mismo tiempo.

Lavé mis manos y enjugué mi boca. Un escueto hasta pronto dio por finalizada nuestra experiencia.

Al llegar al coche vi una mirada complacida, una sonrisa pícara en el rostro. Un beso suave y lento en mis labios mientras me musitaba “el próximo juego lo propones tú”.

Memorias de una libertina

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