lunes, noviembre 25, 2024
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El alcohol y el torero

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Carlos Parra y José Ortega Cano fueron, los dos, víctimas del accidente de tráfico que se cobró la vida del primero y dejó al segundo, durante semanas, en el delgado filo que separa la vida de la muerte. No hace falta decir que, pese al enorme sufrimiento del torero, que acaso tenga continuidad en su conciencia y en su memoria mucho tiempo después de que curen sus heridas físicas, la otra víctima, Carlos Parra, es una víctima infinitamente mayor, pues la vida con cuanto contiene se extinguió para su persona según el «todoterreno» del torero se precipitó contra él en la noche aciaga. Por lo demás, y si llega a acreditarse el hecho de que la ingesta de alcohol del superviviente determinó el fatal desenlace, los dos, Carlos y José, habrían sido víctimas de la misma persona, es decir, de éste último.

La Asociación Estatal de Víctimas de Accidentes, que ha expresado su indignación por la «puesta en escena» de la salida del hospital de Ortega Cano, parece tener clara, pese a su general defensa de la víctimas, la distinción entre unas y otras, y señala al torero como responsable de la muerte de Carlos, llegados a lo cual nos convendría, a la dicha Asociación y a todo el mundo, detenernos un poco, salvo que queramos ir a mayor velocidad que la Justicia: hoy por hoy, Ortega Cano sólo es culpable, sin necesidad de juicio ni de nada, de un delito, el que cometió contra la seguridad vial al haber presentado tras el accidente una tasa de alcohol en sangre que rebasaba el doble de la permitida. Si esa tasa influyó, como parece probable, en la colisión que costó la vida a Carlos, que conducía limpio de alcohol, habrá de determinarlo el tribunal ante el que rendirá cuentas el torero.

Sin embargo, la nota de la Asociación sí expresa algo enteramente digno del acuerdo general: eso que se ha dado en llamar «tolerancia cero» con los que, indiferentes al peligro del arma letal que manejan, el automóvil, destrozan la vida de sus semejantes. Esa «tolerancia cero», que habría de extenderse a los pirómanos de la naturaleza, a los políticos corruptos o a las tropelías de «los mercados», habrá de sustanciarse en el caso que nos ocupa aplicándole a José Ortega Cano, si procede, la pena pertinente.

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Rafael Torres

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