Alguno de los estudiantes de enseñanza media que hace veinte años leyó la Ética para Amador, del filósofo Fernando Savater, seguramente será el sucesor del sucesor de Zapatero. Y muchos de los que aprendieron en ese libro serán empresarios, funcionarios, ejecutivos, ministros, presidentes de alguna comunidad autónoma, parlamentarios. Y tendrán que elegir. Ahora que se conmemoran veinte años de la publicación de ese libro en el que un filósofo desciende a la calle y habla a los adolescentes-, el escritor Alberto Manguel ha hecho un perfecto resumen de la obra destacando la cita de Stendhal con la que termina –Vivir tratando de no odiar– y «la idea de la elección: no somos inocentes, las circunstancias no determinan del todo nuestras acciones, debemos elegir en cada momento».
Eso es la vida: elegir entre diversas posibilidades y asumir las consecuencias. En la política, tal vez más. Nadie obliga a nadie a ser político. Cuando un político elige mentir, es responsable de sus mentiras. Cuando un político dice una cosa y hace otra, está defraudando a quienes han confiado en él con un voto. Cuando un político pone su cargo por encima de sus principios o lo exhibe impúdicamente para evitar las consecuencias de sus acciones, merece una sanción ética y social. Cuando un político o cualquier ciudadano abusa de su poder para espiar a otros, para infringir la ley o para engañar a todos, pierde toda legitimidad. Y el respeto que debería ser inherente a su cargo. Porque accedieron libremente a ellos, sin que nadie les obligara, cuando faltan a la ética deben marcharse.
Por ejemplo, el presidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps. Seguro que no se vendió por unos trajes. No sé si los pagó. No es relevante. La sospecha es que no ha dicho la verdad. Si le juzgan, puede ser condenado. Pero me parece más grave que esté dispuesto a confesarse culpable, pagar la multa y tratar de seguir en el cargo como si nada hubiera pasado. No tiene otra salida que dejar el poder, luchar por su inocencia y recuperar su deteriorado prestigio. Si puede. Aunque le avalen cientos de miles de votos, éstos no recomponen el valor moral.
En la derecha y en la izquierda, vale lo mismo. El senador socialista Curbelo, al que le ha bastado una juerga para mostrar sus valores éticos ha dimitido como senador -el Palacio del Senado no se derrumbará por ello- pero mantiene todos los cargos que le dan poder en su feudo, La Gomera. «Los políticos nos representan, claro que nos representan», como dice Savater. Lo malo es cómo nos representan. Algunos. Y en esos casos, el mal ejemplo desestabiliza la democracia hasta poner en peligro su credibilidad. Los partidos como los medios de comunicación deberían hacer de sus códigos deontológicos un instrumento básico de defensa de los valores democráticos. Ética y política como ética e información no son disociables. Hay que elegir. Y la elección diferencia comportamientos éticos de comportamientos inmorales.
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Francisco Muro de Iscar