El debate político de estos días debería estar centrado en la situación de Francisco Camps, presidente popular de Valencia enviado al banquillo por lo de Gürtel. No quiero con eso quitar importancia a la situación de Zapatero y su Gobierno, ni mucho menos. Sólo reclamo un respeto al equilibrio político en el debate nacional. Es infinitamente más grave lo de Camps y el silencio de Rajoy que las dudas o componendas de Zapatero, tras las cuales no hay ninguna sombra de delito o de ocultamiento. Además, de las cosas de Zapatero ya se habla más que suficiente. Sólo faltaban el famoso editorial de El País y el artículo de Juan Luis Cebrián, que reclaman la inmediata convocatoria de elecciones generales. Seguramente las habrá el 27 de noviembre. ¿Y si la campaña electoral cayera en medio del juicio a Camps? ¿Se diría entonces que lo había buscado Zapatero conscientemente? ¿Diría entonces el PP que había que esperar a celebrar las elecciones en marzo, después de tres años reclamando el adelanto? Incógnitas de los próximos vibrantes meses de nuestra política.
Si los avatares de la economía y de la situación financiera amainasen en el verano y el otoño, sin duda el corazón del debate español giraría hacia la política a secas. Es entonces cuando podría darse la esperpéntica situación de una campaña electoral con Camps en el banquillo. Hay quien imagina un terremoto electoral por tercera vez en ocho años. Tampoco muchos esperaban una victoria socialista en 2004 y 2008, los mismos que no la esperan para 2012. Los designios de los dioses políticos no están escritos en ninguna parte. El juicio contra Camps, la posible disolución de ETA, la probable mejora de la situación económica y algún que otro imponderable. Que nadie dé como dogmático el triunfo del PP en 2012 o noviembre del 2011. Cosas más raras han sucedido que un posible cambio radical de los resultados con relación a las actuales encuestas. Pienso que no ocurrirá, pero no formo parte del ejército de los dogmáticos. Por pura reflexión y por mero sentido de la prudencia.
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Pedro Calvo Hernando