Me había afanado en la limpieza de la cocina. Es uno de mis lugares favoritos de la casa. Incluso, sexualmente. Pensar en hacerlo allí me excitaba sobremanera. En alguna ocasión habíamos empezado nuestros juegos sexuales al tiempo que pululaba por ella, cocinando o abriendo una botella de vino. Pero siempre se quedaban en preliminares.
Mientras me duchaba, mi mente recordaba la última vez que manoseó mi trasero mientras vaciaba el lavavajillas. Apoyé las manos en la encimera y dejé que sus manos retiraran mis braguitas e introdujera sus dedos, empapados de su saliva, en mi hueco. Pausadamente. Acariciándome la espalda y la nuca. Preguntándome si me gustaba. Si era lo que estaba esperando. Sabiendo que eso despertaba mi libido. Seguro de mi respuesta. De mi garganta brotó un tímido sigue. Sus dedos comenzaron, también, a frotar mi clítoris. Vertía líquido. Le pedí que me penetrase la vagina. Clavó otros dos dedos en ella. Sentirme cogida por mis dos orificios me disparó. Se agachó y comenzó a lamer frenéticamente. De un lado a otro. Yo, sin cesar de gemir. Mis caderas se movían rítmicamente. Ayudando a encontrar más placer entre sus dedos, sus labios y su lengua.
Estaba tan abstraída en esa idea que no fui consciente que mi ducha había acabado. Frente al espejo del baño, entelado de vaho. Desnuda y mojada. Observando cómo mis muslos se separaban. Aguardando ser secados. Deslicé la toalla por mis piernas, quitándome la humedad. Su suavidad me gustaba. Volví a mis pensamientos, pero esta vez deliberadamente. Necesitaba cambiar el final de aquel encuentro sexual. Esta vez iba a poner de mi parte y en mi fantasía daría un giro.
El objetivo de la cámara enfocando la isla. Escucho el sonido de la llave girando en la cerradura. Pulso record. Me coloco frente a la mira, sentada en el taburete. Mis manos sostienen dos copas de vino blanco. Repara en el trípode. Me mira sorprendido. Me besa profundamente. A cámara lenta. Plano corto….
Pero, esta ya es otra película.
Memorias de una libertina