Los funcionarios del gobierno se refieren a ello de forma insípida como el «SSE,» o Análisis Sensible del Escenario. Ése es el apelativo indirecto para referirse al extraordinario muestrario de pruebas extraídas de la escena del complejo de Osama bin Laden la noche en que el líder de al-Qaeda perdió la vida.
Con el aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001 a unas semanas, es factible valerse de estas pruebas para esbozar un retrato próximo de al-Qaeda, apoyándose en los materiales contenidos en más de un centenar de dispositivos informáticos de almacenamiento, que incluyen memorias portátiles, discos DVD y CD, y más de una docena de discos duros internos u ordenadores, todos recabados durante la operación del 2 de mayo.
Funcionarios estadounidenses afirman que de la lectura de los archivos, la mayor parte de los cuales son mensajes entre bin Laden y su principal representante en funciones Atiyah Abd al-Rahmán, se desprenden tres temas consolidados. De hecho, dado que el libio Atiyah (conocido entre los analistas por su nombre de pila) era el eslabón clave del líder con el mundo exterior, los funcionarios le consideran más importante que el sucesor nominal de bin Laden, Aymán al-Zawahiri.
Esto es lo más destacado:
Bin Laden tuvo hasta el momento de su muerte fervor por perpetrar un atentado de calado contra Estados Unidos, vinculado idóneamente al décimo aniversario del 11S. Atiyah y él mantenían comunicaciones frecuentes en torno a quién podría perpetrar un ataque así, proponiendo Atiyah nombres y rechazándolos bin Laden. Bin Laden seguía buscando el atentado contra objetivos importantes y económicamente destacados, que estuviera a la altura, por no decir que superara, el impacto del 11S, que cambiara el rumbo de los acontecimientos. Zawahiri, por el contrario, era partidario de una estrategia oportunista de ataques más modestos.
Bin Laden era el responsable ejecutivo, con voz en la planificación y las decisiones de los autores de las operaciones, más que el líder relevante ajeno que habían elucubrado los analistas estadounidenses. Zawahiri, al que los analistas habían imaginado como el líder cotidiano, estaba en la práctica bastante aislado, y lo sigue estando, a pesar de la docena de mensajes este año. Zawahiri adolece de la desconfianza entre la rama egipcia de al-Qaeda y el resto de agentes como Atiyah.
Bin Laden estaba sufriendo bastantes bajas a consecuencia de los ataques con vehículos no tripulados contra las bases de al-Qaeda en las regiones tribales de Pakistán. Él llamaba a esto «la guerra de la Inteligencia», y decía que es «el único arma que nos está perjudicando». Los suyos se quejaban de no poderse entrenar dentro de las zonas tribales, no poder comunicarse, no poder desplazarse con facilidad y no poder atraer nuevos reclutas a lo que venía a ser una zona sin restricción al uso de armamento. Bin Laden discutió la posibilidad de desplazar las bases de al-Qaeda a otro emplazamiento, pero nunca llegó a llevarlo a cabo.
Los analistas no encuentran entre los materiales ningún indicio que sugiera que el ejecutivo paquistaní fuera cómplice de la presencia de bin Laden en Abbottabad. Y está claro que él estaba paranoico con la idea de ser descubierto y ajusticiado: ordenó a sus subalternos que limitaran los movimientos para ayudar a proteger lo que quedaba de al-Qaeda en Pakistán. El miedo a ser descubierto es el tema de conversaciones regulares mantenidas entre Bin Laden, Atiyah, Zawahiri y los demás.
Bin Laden también temía que la imagen de al-Qaeda entre los musulmanes se estuviera viendo mermada progresivamente, y que Occidente hubiera logrado parcialmente al menos distanciar el mensaje de al-Qaeda de los valores islámicos centrales. Inquieto por esta posición cada vez más erosionada, bin Laden aconsejó a las ramas de Yemen y el norte de África que contuvieran sus esfuerzos por desarrollar un estado islámico fanático local en favor de atacar a Estados Unidos y sus intereses.
Este miedo a que las tácticas radicales de al-Qaeda estuvieran pesando demasiado y alienando a los musulmanes también es el tema de un notable mensaje enviado por Atiyah en 2005 a Abú Musab al-Zarqawi, el responsable letal de al-Qaeda en Irak. En este documento, facilitado hace cinco años por Estados Unidos, Atiyah advierte que fomentar la violencia entre sunitas y chiítas (el sello de Zarqawi) era potencialmente ruinoso.
La al-Qaeda que se desprende de estos documentos es un grupo fuertemente castigado y desorientado. La muerte el día 3 de junio de Ilyas Kashmiri en un ataque con vehículos no tripulados ilustra la vulnerabilidad permanente de la organización. Kashmiri era el agente sin escrúpulos que planeó los atentados de Mumbai en el año 2008 que costaron la vida a 166 personas y que planeó los atentados letales de Europa del pasado invierno detenidos sólo gracias a las agresivas labores de contraterrorismo. (Los servicios de seguridad de Europa y Turquía detuvieron a una veintena de agentes de Kashmiri antes de que pudieran perpetrar los atentados).
Cuando altos funcionarios estadounidenses resumen ahora su opinión de al-Qaeda, en vísperas del aniversario del 11 de Septiembre, describen a una organización de capa caída, pero desde luego no eliminada. No tienen información de ningún plan concreto dirigido contra Estados Unidos 10 años más tarde. Pero están buscando, tanteando cada canal que conocen. Reconocen que lo más peligroso de al-Qaeda es lo que no sabemos.
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David Ignatius