Barack Obama salió elegido presidente en parte porque prometió cambiar las prioridades de una administración Bush en política exterior que era muy impopular en el extranjero, que había tensado las relaciones con aliados clave y que se enfrentaba a un creciente reto iraní y la amenaza constante de al-Qaeda.
¿Qué ha pasado entonces durante los 32 últimos meses? Se han registrado todo tipo de golpes, a la economía global sobre todo. Pero si se gana perspectiva con respecto a la comidilla diaria en la caja tonta, ciertas tendencias quedan claras: las alianzas son más fuertes, Estados Unidos está (algo) menos atascado en conflictos en el extranjero, Irán está más débil, el mundo árabe es menos hostil y al-Qaeda está en desbandada.
Tom Donilon, el asesor de Interior de Obama, aduce que no es un accidente y que el presidente merece cierto mérito por alcanzar los objetivos que se fijó en 2009. Él por supuesto va a decir eso; forma parte del cometido del asesor de Interior escorar las percepciones. Pero es cierto que Obama ha tenido más éxito con el programa que marcó en enero de 2009 del que se reconoce normalmente.
¿Por qué entonces la política exterior de Obama a menudo parece «palabrería», hablando de la decadente potencia americana personas de todo el mundo? En parte se debe al perfil discreto del presidente, al estilo puntualmente deferencial y al desafortunado comentario de un asesor relativo a «liderar a la zaga» alocución que caló porque plasma la extraordinaria falta de disposición a actuar del inquilino del Despacho Oval.
Un factor más relevante es que el propio objetivo de la administración ha consistido en rebajar las expectativas y las ambiciones norteamericanas hasta ponerlas a la altura de la realidad. Para una generación que creció con la retórica «pagar cualquier precio y acarrear cualquier carga» de Kennedy, este neorrealismo no ha sonado a liderazgo. Pero el enfoque discreto estadounidense no es un patinazo, es una política intencionada.
«La Casa Blanca nos habla de ‘ajustar la presencia estadounidense'», dice un importante diplomático árabe. «Quieren evaluar la forma en que funciona y lidera Estados Unidos».
Donilon lo describe como «reequilibrio» de la política exterior. La prioridad sigue siendo desescalar progresivamente los conflictos de Irak y
Afganistán; con independencia de la noticia del momento, Obama está decidido a abandonar los dos. Una segunda variante de reequilibrado, catalizada por la primera, consiste en prestar más atención a la política en Asia. Una tercera es el relanzamiento de las relaciones con Rusia, que los funcionarios aducen trae réditos en cuestiones que van de Libia a Irán.
Libia es buena ilustración de este repliegue (y de sus escollos). Obama decidió que la intervención militar era imprescindible para impedir una
masacre en Bengasi — pero era contrario a la intervención unilateral de Estados Unidos. De forma que la Casa Blanca explotó la oportunidad de «distribuir la carga», cosa que se traducía en que europeos y árabes, más próximos físicamente al problema, debían desempeñar la mayor parte del cometido.
El riesgo de ocupar una segunda fila en el problema de Libia residió en que sin el decisivo liderazgo estadounidense, la campaña libia casi se desmorona a finales de junio: el enfrentamiento estaba en tablas, los recursos militares de la OTAN estaban agotados y la opinión pública era volátil. Pero Obama y sus aliados de la OTAN demostraron ser más firmes y más pacientes que cualquier tertuliano y la ofensiva de agosto condujo por fin a la captura de Trípoli por parte de los rebeldes.
Un factor clave en Libia fue que Estados Unidos duplicó en agosto el número de vehículos Predator no tripulados que operaban allí, sumando constantes operaciones de vigilancia e intervención sobre Trípoli. Otro factor clave fue la instrucción y la formación de los rebeldes por parte de las Fuerzas Especiales de Gran Bretaña, Francia, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. Un tercero fue que la cúpula rebelde, un surtido diverso inicialmente cuando se creó el Consejo Nacional de Transición, se fue consolidando y ganando confianza progresivamente a medida que avanzaba el conflicto. «Los seis meses resultaron ser útiles», afirma un alto funcionario de la administración.
Para una administración que llegó al poder convencida de que los aliados tenían que desempeñar más labores de combate y pagar una parte mayor de la factura, Libia ha sido la reivindicación. Los funcionarios dicen que un héroe anónimo es Anders Fogh Rasmussen, el político danés Secretario General de la OTAN en la actualidad.
Siria es otro ejemplo de «reequilibrado» de la política exterior, y de sus escollos. Hay funcionarios estadounidenses que esperan una solución de corte egipcio, con elementos del ejército sirio (respaldados tal vez por el vecino y poderoso ejército turco) protagonizando un golpe contra el Presidente Bashar al-Assad que permita la celebración de elecciones democráticas y la formación gradual de un nuevo ejecutivo.
Pero para un mundo acostumbrado a una América de actuación frontal, el discreto y secundario papel norteamericano — con independencia de lo realista que sea suena a chino. Desde luego no está haciendo a América más popular entre los árabes. Un reciente sondeo Zogby International demuestra que la valoración «favorable» de Estados Unidos es inferior a los niveles de finales de la administración Bush. Evidentemente, llevará tiempo aceptar que el liderazgo estadounidense discreto sigue siendo liderazgo.
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David Ignatius