Hay que preguntarse por qué, ya en el siglo XXI, nos encontramos con esta crisis global de características sin precedentes en la Historia. Seguramente este mundo de ahora habrá cometido más errores y barbaridades que en todos los siglos precedentes. Despertarse ahora cada mañana, si se ha conseguido conciliar el sueño, es como despertar a la angustia, a la zozobra, a la locura. Las primeras noticias de la mañana suelen referirse al hundimiento de las Bolsas, al disparo de las primas de riesgo, a la amenaza de nueva y mucho más asesina recesión, al tiempo que al trágico guirigay, al gorjeo y a la memez supina y contradictoria de todos los gobernantes y responsables económicos y financieros del universo mundo. Desgraciadamente, los medios de comunicación se han convertido en los obligados portavoces de tanto caos, tanta estulticia y tanta animalada. Maldecir a los mercados ya no le hace excesiva gracia a nadie y ya es hora de tirar de otros argumentos más novedosos y convincentes, sin que con ello quiera decir que los mercados no tengan su parte enorme de culpa de lo que pasa.
En los últimos días se ha comenzado a hablar de la falta de un verdadero Gobierno mundial y europeo como la posible primera causa del desorden catastrófico que nos tortura. Seguramente tienen razón quienes así piensan y estoy decidido a pasarme a ese partido en cuanto que terminen de convencerme. Para los grandes problemas globales que nos atormentan es ridículo que mantengamos esas estructuras medievales en la organización del mundo y de la economía. Si ustedes miran a la Unión Europea, se encontrarán las dimensiones enanas de la mayoría de los 27 Estados que la componen, que nos amenazan con convertirse en treintaytantos, cada vez más pequeños e inútiles. Deberían ser todos los Estados regiones, provincias o comarcas de unos granes Estados Unidos de Europa o del mundo, para que los inmensos problemas pudieran entrar en vías de solución y en pistas de racionalización adecuadas a esa inmensidad. ¿Que eso sólo es posible mediante una revolución planetaria? Pues claro.
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Pedro Calvo Hernando