martes, noviembre 26, 2024
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La Constitución indignada

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Acabaremos convergiendo, decía Cándido Méndez allá por junio. Le gustaba pasear, como ahora. Y seguro lo hacía más a menudo. Al menos para compensar las horas (horísimas, si pudiera decirse) dedicadas a negociar recortes laborales, financieros, pensionazos… Eran los primeros –  qué tiempos – y para algunos supuso una punzada más ideológica que de bolsillo. Las bases criticaron que negociara entre mármoles lo indefendible entre trabajadores y parados que ya por entonces coincidían, siendo una cosa o la contraria, según el día. Acabaremos convergiendo, decía el líder de UGT, cuando nació el 15M y se encontró a los indignados sentados frente a las sedes sindicales en Barcelona. Sorprendidos, porque no esperaban aquel foco, tan pronto, con tal acusación: Vosotros, no sois como nosotros.

Y acabarían convergiendo a 6 de septiembre de 2011, como bien intuía Méndez, por años y contiendas, en la única palestra de los derechos sin escaño, desprovistos de urnas donde votarse: de Cibeles a Sol, de una plaza a un ayuntamiento, de la calle a la puta calle, que ilustró El Roto. ¿Llegan a tiempo? Para quienes llevan meses de activa indignación, lógicamente no. Y el Psoe, no contento con el electorado herido del 15-M, sabe que el precio de la reforma exprés lo pagarán con esta convergencia. Sindicatos, partidos (IU, Equo, BNG…), organizaciones sociales, colectivos, plataformas ciudadanas y el consenso de las asambleas de acampados de toda España se han unido al calendario de movilizaciones bajo el lema “No a esta reforma de la Constitución, ¡Referéndum ya!”.

El referéndum, per se, puede que no esté en el clamor de todos los hogares españoles, pero tras la consulta piden que los números rojos no alteren la letra de derechos fundamentales; que la confianza exportada a Europa no sea proporcional a la parte que arrasen en Sanidad y Educación, pilares del bienestar;  y que pregunten, sobre todo, pregunten. Porque si los ciudadanos pagan, los ciudadanos deciden. ¿No se trata de eso, de quién paga?. La unión de 15M y sindicatos pone en evidencia una de las primeras exigencias del movimiento: reformar la ley electoral para que los partidos minoritarios pinten algo. Frente a 318 votos del sí, hay que decir que los argumentos expuestos en público por 16 en contra eran más convincentes.

Con las reglas que hay, ganan PP y PSOE. Y se inaugura así el rodillo anticrisis. Ambos partidos serán capaces de pactar en el futuro decisiones impuestas a pesar del alto coste electoral para el presidente de turno. Porque el reformazo que regula el techo del déficit y el equilibrio presupuestario puede ser la primera de otras medidas, cual partidos de una liga que no se juega en casa. Entonces ¿De qué sirven las protestas en la calle? A corto plazo, con ánimo pesimista, de poco o nada. Los sindicatos se juegan subsistir (el PP no se lo pondrá fácil); los partidos minoritarios, también; y el movimiento 15M es difícil que congregue en la calle la multitud a la que nos tenía acostumbrados. Y aunque juntos hicieran mucho ruido, los programas electorales parecen estar escritos.

En un plazo más largo, las movilizaciones que sólo medimos en cifras demostrarán que en realidad protegen el artículo uno de la Constitución, esas líneas que ensalzan el Estado social y democrático, valores superiores, libertad, justicia, igualdad, pluralismo político. Términos muy diferentes a los recién llegados; créditos, intereses, capital, deuda pública. PP y PSOE dicen que el nuevo artículo 135 no cambia nada. Y a muchos les parece que amenaza al primero. El 20N no dará ninguna respuesta, el tiempo – como la calle – lo hará en breve.

Pilar Velasco

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