Soy un creador de empleo.
No soy un creador de empleo en el sentido de que cree empleo realmente. Nunca he creado un puesto de trabajo de forma consciente, y mi plan empresarial a largo plazo, aprobado de manera unánime por mi consejo de administración, no insta a ampliar la plantilla ni una sola vez.
Pero soy un creador de empleo en el sentido al que se refieren los Republicanos cuando dicen que «no hay que gravar más a nuestros creadores de puestos de trabajo» (secretario del Comité Presupuestario de la Cámara Paul Ryan) o cuando dicen «no podemos subir los impuestos a los que crean empleo» (presidente de la Cámara John A. Boehner). Esto se debe a que, a los ojos de la administración, yo soy una pequeña empresa, y como les gusta decir a los Republicanos: «la pequeña empresa es la que crea empleo».
Como la aplastante mayoría de las pequeñas empresas, soy el único en plantilla. Y como la mayor parte de la pequeña empresa, no contrataré a nadie más ni siquiera si el estado deja de obligarme a presentar la declaración.
Según estadísticas de la Agencia de la Pequeña Empresa basadas en datos del Censo del ejercicio 2009, 21,1 millones de los 27 millones de empresas pequeñas de Estados Unidos son «firmas sin dirección», empresas que no tienen plantilla además del propietario. De aquéllas, 18,7 millones son «unipersonales», más de 950.000 son sociedades y 1,4 millones son corporaciones, como yo.
Cuando los legisladores hablan de pequeña empresa como motor del crecimiento, recuerdan a empresarios que abren tecnológicas partiendo de sus garajes. Pero cuando los funcionarios hablan de proteger «a los creadores de empleo» de subidas de los impuestos, están protegiendo sobre todo a un puñado de médicos, abogados, profesionales independientes, contratistas y similares.
Siguiendo el consejo de mi contable, constituí una «corporación tipo C», cosa que significa que como entidad jurídica, soy prácticamente igual que General Motors o que Google. Pero yo encabezo una actividad sin plantilla. Aunque mi empresa, Ink-Stained Inc., fabrica el libro puntual, la colaboración en televisión ocasional o el discurso de turno, no es probable que obtenga distinciones a las buenas prácticas.
Las diferencias son poco frecuentes en los consejos de administración de la sede mundial de Ink-Stained Inc. (mi domicilio), porque yo soy presidente, consejero delegado, director, tesorero, secretaria, responsable del departamento tecnológico y chico del correo. Puntualmente los directivos se quejan de las regulaciones medioambientales, no porque las regulaciones nos afecten sino porque nos hemos enterado que eso es lo que se supone que hacen las multinacionales.
Nosotros tenemos un modesto plan de pensiones a nombre de nuestro único empleado, y le compensamos unos cuantos gastos médicos. Tenemos enormes talonarios de aspecto profesional, y tratamos de mantener saneadas las cuentas aunque nuestro responsable del departamento contable (que también soy yo) tarda en hacer las cosas. Una vez pensamos en contratar a nuestra mujer como consultora externa para ayudarnos a organizar las cuentas, pero el departamento de recursos humanos no alcanzó un acuerdo con ella. Hasta el momento hemos esquivado todos los intentos de afiliación sindical.
Debería de añadir que no corro ningún peligro de ser sorprendido dentro de la horquilla de subidas fiscales a multimillonarios propuestas por el Presidente Obama. Pago al contable unos cuantos miles de dólares, y él se asegura de que no pago más impuestos de los que debo. (Nota para Hacienda: hace esto de forma conservadora, sin utilizar ninguna laguna y por tanto de forma tan inocua que no debería de atraer su atención ni remotamente).
Aunque ser una empresa con un único empleado tiene cierto matiz absurdo, es la respuesta racional a un régimen tributario irracional. Si los legisladores se pusieran en serio a reformar el código eliminando lagunas, el dinero que se destina a contables y procuradores (valiosos como son) se podría gastar en su lugar en impulsar la economía o extinguir la deuda federal. Pero eso es tema para otra columna.
Por el momento, el ejemplo de Ink-Stained Inc., caso de que a la Facultad de Empresariales de Harvard se le ocurra estudiarlo, constituye el recordatorio de que en el debate de los impuestos hay que ser escéptico con el argumento de «la creación de empleo». «Es un buen ejemplo de lo difuso del concepto que utilizamos de pequeña empresa y de la relación con el empleo», me dice William Gale, codirector del colectivo Urban Institute y del Centro de Legislación Fiscal de la Brookings Institution. «Hay algo en esta especie de noción de innovación y creación de empleo en la pequeña empresa que simplemente no es inmediato».
Es aún más el caso de la «ley Buffett» de Obama, dentro de la cual las rentas altas tendrán que pagar un tipo fiscal más alto que el trabajador típico de clase media. A nivel práctico, la mayor parte de las rentas altas ya pagan más. Gale dice que sólo unos cuantos miles, apenas un millar a lo mejor, verán subir sus impuestos.
En un país de más de 300 millones de habitantes, no va a suponer ninguna diferencia en la creación de empleo. Ni siquiera los análisis de Ink-Stained Inc. han podido encontrar diferencia, el día que yo me ponga a hacer análisis, quiero decir.
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Dana Milbank