Todos atravesamos una crisis económica. De uno u otro modo, todos la estamos sufriendo, y no porque cada mañana nos peguen un nuevo susto los periódicos -que también-, sino porque sueldos, ganancias y economía en general se resienten, y no tengo qué explicar a nadie ni cómo ni cuánto.
Millones -por una vez la cifra no es hiperbólica- de parados querrían encontrar un empleo, con las horas y la retribución que fuese. Miles (muchos) de no parados se hacen pasar por tales. Todos vivimos la hecatombe de un problema mundial enorme y una política nacional disparatada.
Y en este contexto, surge la huelga de profesores de escuelas públicas. Tengo entendido que su horario es de 37,5 horas de trabajo semanales, por debajo del resto de los trabajadores. Creo que de ellas 18 son lectivas -clases- y el resto otras actividades: tutorías, asistencia, etc. Se les dice que pasen de 18 a 20 horas lectivas y se declaran en huelga. Lo que no se les ocurre es aceptar y, en todo caso, pedir que sus horas totales de trabajo pasen de 37,5 a 39,5, siempre por debajo del límite.
La sospecha es inevitable: si, sin alterar la cifra de 37,5, no quieren asumir dos horas más de clase, ¿es que las horas no lectivas son en realidad más teóricas que verdaderas, trabajan sólo durante algunas de ellas, no tienen control, y rechazan dos horas más de trabajo en la única tarea que en realidad sí que queda registrada, el dar clases?
Hace años y años que leí un gran artículo, publicado, diría yo, en el Diario de Navarra, que se titulaba así: “Maestro nacional, Grande de España”. Me apunto a la idea. Durante muchísimo tiempo, se ha minusvalorado la figura del maestro, mientras que éstos han sido pieza fundamental de la educación infantil, de la empresa de sacar a España de un analfabetismo crónico, de modificar la estructura intelectual y social del país, agarrotada en un pasado que gracias a ellos es ya eso, pasado. Y, a la vez, admiré siempre a los profesores de Instituto, ese maravilloso grupo de educadores y enseñantes al que han pertenecido desde Antonio Machado hasta Domínguez Ortiz -por citar a un gran escritor y a un gran sabio, entre tantos posibles ejemplos-, gracias a los cuáles muchos jóvenes -lo fui- supimos siempre que los Institutos de Enseñanza Media eran lo que eran y valían lo que valían.
Dejemos de momento el tercer nivel, la enseñanza universitaria, en la que también maestros admirables, en condiciones de grave precariedad, dan todo lo mejor de sí para atender a sus alumnos y crear una España mejor. Dejemos también de lado la vergonzosa cuestión del sueldo del profesorado en todos sus niveles. Y vamos con la huelga de profesores.
Me temo lo sabido: esta huelga, sin justificación posible desde el punto de vista laboral, es en realidad una mera huelga política. ¿Qué es lo que me temo? Que los sindicatos perciben ya el olor de la victoria electoral del PP, y han comenzado a prepararse. Al PSOE le han aguantado carros y carretas, pero al PP no le piensan aguantar nada. Más aún: se proponen ponerle toda clase de piedras en el camino. Es el tema de “los nuestros” y “los no nuestros”; los sindicatos son el uno del PSOE y el otro de CCOO, y como tales funcionan, partidistamente, políticamente, lejos de los intereses verdaderos de los trabajadores, cerca de los intereses apenas disimulados de los Partidos.
Unos sindicatos que son mayoritarios en el grupo de los sindicatos, pero minoritarios en relación con el mundo del trabajo; que son muy poco representativos; que viven de las subvenciones oficiales, es decir, de nuestro bolsillo; que tienen miles de liberados que no han trabajado en su vida pero cobran mucho más que los maestros. Y que cuando gobierna la izquierda tragan y cuando lo hace la derecha se sienten invadidos por un sospechoso entusiasmo en la “defensa” de sus “representados”.
El PP ya lo sabe, la derecha lo ha sabido siempre. Tendremos huelgas, tendremos además ETA, tendremos insultos, tendremos manifestaciones. A los “carcas” no se les puede permitir que gobiernen, aunque el pueblo así lo desee y lo manifieste en las urnas. Tienen que gobernar, sea como sea, los “progres”, y no importa que al hacerlo nos conduzcan -es su costumbre- a la ruina: son de los nuestros.
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Alberto de la Hera