Como voy muy justo de conocimientos económicos le he preguntado a mi amigo el economista qué es eso de la tasa Tobin, y me ha dicho que es un impuesto sobre transacciones financieras, o sea, apoquinar un porcentaje cuando, mayoritariamente entre los bancos, se pasa de una a otra divisa. El nombre procede de de James Tobin, que fue premio Nobel de Economía, pero el propio señor Tobin está un poco harto del abuso que se hace de su nombre, porque esto que en principio parece muy bonito -«vamos a hacer que los bancos y los ricos paguen más para dárselo a los pobres»- es bastante problemático, entre otras cosas porque la mayoría de los países pobres están sujetos al dólar o al euro, y serían las primeras víctimas. Después, imaginar que el banquero va a vender algún mueble de su residencia para pagar el nuevo impuesto produce una gran hilaridad, primero, y miedo, después, porque cualquier gravamen que se ponga a los bancos nos lo repercuten a los clientes.
Pero las razones para su rechazo no me han parecido nada convincentes, hasta que me he enterado de que el ciudadano español residente en París, Ignacio Ramonet, está a favor del impuesto. Respeto mucho al señor Ramonet, pero en cuestiones económicas su formación es tan escasa como la mía, y, sobre todo, sostiene la creencia de que la pobreza en el mundo se terminará cuando los países ricos les den el dinero que han conseguido con su esfuerzo y el control democrático, a los países pobres, donde una pandilla de orates y ambiciosos engullen todo lo que llega, desde las mantas de la Cruz Roja hasta las ayudas para salir del subdesarrollo. El profesor de la Sorbona es un señor muy culto, pero sus recetas salidas del catecismo comunista no han variado desde la guerra fría, cuando miraba hacia otro lado -no era el único- ante los testimonios del espanto ruso. Pero habrá tasa, ya lo verán. Mejor dicho: la pagaremos.
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Luis del Val