La recuperación económica estadounidense se enfrenta hoy a dos obstáculos. Por desgracia, son importantes: el averiado mecanismo político de América, y el averiado mecanismo político de Europa.
¿Puede lograr adoptar alguna medida que sea buena para la economía el sistema político estadounidense? ¿Puede contener Europa una debacle financiera inevitable para sus socios más débiles? Las dos cuestiones están vinculadas entre sí. Una anémica economía estadounidense está más expuesta al contagio económico de Europa.
El descubierto heleno en sus cuentas soberanas tendrá lugar — como tuvo lugar en 1826, en 1843, en 1860, en 1894 ó en 1932. Los alemanes no seguirán rescatando a sus frágiles vecinos a menos que se produzca alguna consecuencia en concepto de irresponsabilidad. Y la irresponsabilidad es ya el principal producto económico de Grecia. De forma que el objetivo a corto plazo es lograr un descubierto heleno al tiempo que se crea un cortafuegos con el resto de la Unión Europea.
El problema reside en que los cortafuegos financieros son superados fácilmente en episodios de pánico financiero. «Grecia representa alrededor del 2 por ciento del PIB europeo», me cuenta el gobernador del Banco Mundial Bob Zoellick, «pero si no se administra con cuidado, puede surtir un efecto parecido al de Lehman».
Grecia es el caso perdido de manual — no sólo es incapaz de extinguir su deuda sino que será incapaz de conservar su actual estándar de vida a menos que sea más competitiva en los mercados globales. Portugal se encontraría en la misma categoría. Ahora mismo, España e Italia no entrarían. Les falta liquidez para extinguir sus deudas pero no la capacidad a largo plazo de mantener sus obligaciones, a tipos de interés razonables por lo menos. Pero un episodio de pánico financiero cambiaría esto de la noche a la mañana. Los inversores huirían a las inversiones más seguras que los títulos españoles o italianos. Los elevados tipos de interés crearían a la capacidad de financiarse española o italiana una crisis de solvencia. Las fichas del dominó empezarían a caer.
¿Quién salvará a Europa? Hay quien ha planteado a China como posibilidad — un país con la suficiente liquidez disponible. Pero Zoellick replica: «El papel de China como salvador de la eurozona se exagera. China es reacia a gastar dinero para rescatar créditos de dudoso cobro cuando su propia renta per cápita supera ligeramente los 4.000 dólares y la de Europa se sitúa por encima de los 38.000».
La Reserva Federal de América ha ayudado a apuntalar las instituciones económicas europeas. Pero sólo Europa puede abordar los problemas subyacentes. Su respuesta, hasta el momento, ha sido más paulatina que resuelta. El fondo de rescate que instituyó es demasiado pequeño. Ahora trata de ampliar el volumen y la flexibilidad del fondo, con el objetivo de tranquilizar a los inversores con que España o Italia no caerán. Desde el principio, el objetivo ha sido aliviar presiones, no resolver los problemas fundamentales.
«Siguen un enfoque encaminado a ganar tiempo», dice Zoellick. «¿Pero ganar tiempo para hacer el qué? Necesitan una solución que entrelace a la deuda soberana, las instituciones bancarias y, en ciertos casos, la competitividad. Europa tiene que decidir la clase de unión fiscal que complementa a la unión monetaria — o cómo gestionar las consecuencias de la alternativa».
El problema a largo plazo de la Unión Europea es un defecto estructural. Comparte una divisa común pero no un sistema que garantice que sus socios son fiscalmente responsables. América se enfrentó a un reto parecido en el año 1790, cuando el Secretario del Tesoro Alexander Hamilton ingenió la absorción federal de las deudas estatales en las que se incurrió durante la Revolución — un sonado éxito, que hizo que el precio de los títulos soberanos estadounidenses se disparara. «Tocó el cadáver de la situación financiera», dice de Hamilton el estatista Daniel Webster, «y el cadáver se levantó de un respingo».
Sólo Alemania tiene la fuerza y la posición necesarias para interpretar en Europa un papel parecido. Pero los teutones son Hamiltonianos reacios. Naturalmente se resisten a pagar las facturas de sus manirrotos primos europeos. Y los demás socios tienen montones de motivos históricos para temer el dominio germano de Europa. Aun así, Alemania está siendo conducida poco a poco por las circunstancias a este papel — como indica la reciente aprobación por su parte de un fondo de rescate ampliado. Ha hecho ciertos progresos a la hora de imponer la disciplina fiscal a las regiones más débiles de Europa como condición para recibir fondos del rescate.
Pero el enfoque de «ganar tiempo» puede no bastar. Si el fondo de rescate — y la vacilante cúpula de Alemania — demuestra ser insuficiente para impedir un episodio de pánico europeo, la economía norteamericana se vería aún más agitada. El valor de los activos europeos de propiedad estadounidense se derrumbaría. Las empresas norteamericanas, que actualmente poseen cantidades significativas de liquidez, se verían tentadas, una vez más, de aplazar la inversión. El consumidor, una vez más, sería reacio a realizar desembolsos sustanciales. El lento crecimiento agravaría aún más la situación fiscal de América.
«El problema estadounidense podría ser igual de grave que el de Europa», dice Zoellick, «pero no es inminente en la misma medida». La dificultad reside en que el problema de Europa puede complicar el nuestro.
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Michael Gerson