En las últimas semanas hemos asistido a una cadena de rectificaciones políticas que nos proporcionarían material suficiente para ilustrar con el ejemplo un tratado sobre materia tan humana. La última, la marcha atrás del gobierno en su intención de privatizar un tercio del Organismo Nacional de Loterías del Estado. Parece que el mercado no está para bollos y que los potenciales inversores estaban dispuestos a comprar a un precio sustancialmente por debajo de las expectativas y, ante la tesitura de vender una joya a precio de saldo, se ha preferido esperar a tiempos mejores. Habrá quien valore la prudencia de la decisión, pero también quien aproveche para cargar contra quienes idearon la privatización en momento tan inapropiado. Convendrá preguntarse cómo descuadra las cuentas del Estado esta operación fallida por la que Hacienda esperaba ingresar 7000 millones de euros. Incluso, en esta etapa de sobrevenida transparencia, no estaría de más que se informase sobre el dinero empleado en la masiva campaña de publicidad que ha acompañado la abortada salida a bolsa. Y no desechamos que circule algún chiste que hurgue en la herida de un gobierno amortizado que no tiene suerte ni para vender la Lotería Nacional.
Pero el camino de la rectificación está muy transitado en los últimos tiempos. Fue memorable la marcha atrás que tuvieron que dar los consejeros de RTVE en su intento de colarse en el sistema que utilizan los profesionales de la televisión pública con el afán de fiscalizar y controlar sus informaciones antes de ser emitidas, algo que en otros tiempos hacía la censura de manera descarada pero que creíamos enterrado en democracia. Tuvo que rectificar la presidenta de la Comunidad de Madrid al ¿confundir? las horas lectivas de los profesores con sus horas laborales. El PP tuvo que salir en tromba para rectificar a su portavoz, Esteban González Pons sobre la promesa de crear tres millones y medio de empleos en la próxima legislatura. Y tampoco está nada mal el último giro dado por el presidente de la Generalitat catalana al proponer en el Parlament un impuesto para las grandes fortunas unos días después de que su grupo se hubiera abstenido cuando se votó la recuperación del impuesto de patrimonio.
En fin, si errar es humano, la rectificación del error nos humaniza aún más. Pero en un periodo electoral como el que se avecina, los partidos tienen la obsesión de no cometer el mínimo error que les pueda quitar un puñado de votos. A la vista de los acontecimientos, los responsables de las respectivas campañas tienen mucho trabajo por hacer.
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Isaías Lafuente