Aquella noche volví a casa temprano. Había cenado en casa de una amiga y habíamos tenido sexo. Yo sin ganas. La verdad es que me empezaba a cansar de hacerlo con ella. Era siempre igual. Demasiado clásico. Sin sorpresas. Sin emoción. Y ese tipo de sexo siempre termina siendo cansino. Cuando el sexo aburre es el primer síntoma de que algo no funciona en la pareja Es cierto que, aquella noche, ella se había esmerado especialmente pero pensé que sería algo pasajero.
Cuando llegué a casa, aunque era tarde, encendí el ordenador para ver si tenía algún email nuevo. Y los había. Y de diversas procedencias. Incluso, había uno de la amiga que acababa de dejar. Me extrañó pero lo abrí. Ajuntaba un video y en el texto decía: espero que te guste.
Aunque estaba cansado y quería acostarme, decidí abrir el video para ver, al menos, que contenía. Y lo que contenía eran las imágenes del sexo que habíamos tenido una hora antes.
Me quedé helado. Había grabado toda la escena de sexo y allí estaba yo tumbado sobre la cama mientras ella me hacía una felación. Era la misma que me había hecho hora y media antes y que no había tenido ningún interés para mí. Lo curioso era que ahora me llamaba la atención de una manera extraordinaria. Mi pene ensalivado entrando y saliendo de su boca me empezaba a producir un morbo tremendo. Tan tremendo que comenzaba a causarme una erección. Era como ver una película porno en la que éramos protagonistas. Sexo casero.
Nunca imaginé nada parecido. En el video se veía como, tras lamer y chupar mi pene, me echaba aceite en él e intentaba masturbarme sentada encima de mí. Con su sexo sobre mis testículos. Como si el pene fuese suyo. Sacándolo de entre sus piernas y moviéndolo como si fuese suyo. Como si se estuviese masturbando ella. Yo apenas había visto aquella acción porque había cerrado los ojos.
Y seguía con los ojos cerrados cuando ella volvió a echar aceite sobre mi verga y se la puso en su vagina. Pero por fuera. Moviéndose encima de ella. Haciendo que sus labios exteriores la rodeasen. Frotándose los labios interiores. Subiendo hasta el clítoris y bajando hasta el ano sobre una mezcla resbalosa de aceite y fluidos.
Si durante el acto apenas tenía ganas, ahora viendo la repetición en el video estaba teniendo una erección brutal. Hasta el punto que me desabroché la bragueta y lo dejé en libertad mientras lo acariciaba suavemente.
El video seguía avanzando. Ella que sabía que todo se estaba grabando, en un momento dado, se bajó y dirigió sus nalgas hacia el objetivo y mostró, casi en primer plano, todo el esplendor de su trasero en el que se veía perfectamente su ano y su vagina brillante. Yo, en su momento, no me di cuenta. Estaba desganado y con los ojos cerrados. Sin ganas. Y no vi como ella se introducía dos dedos en su vagina y luego, con el lubricante que casi chorreaba de su vulva, se untaba el ano. Haciendo giros sobre él con un dedo.
Aquello era demasiado fuerte para mí. Tan fuerte que rebobiné el video para poder contemplarlo de nuevo. Me lo había perdido en directo y ahora me estaba resultando tremendamente erótico.
La segunda vez que lo vi, no pude más y me masturbé violentamente. Acababa de tener un orgasmo, una hora y media antes, y me iba a ser imposible tener otro pero estaba excitadísimo y lo hacía de forma primitiva. Después el video mostraba como la montaba por detrás. A lo perrito. Y como llegaba al orgasmo. El video era más erótico que la realidad.
Y eso me sirvió para tener yo otro. Sin apenas eyaculación. Era imposible. Pero suficiente para quedarme adormilado sobre la silla del ordenador.
No sé el tiempo que estuve allí sentado. Sólo recuerdo que me desperté sobresaltado y sudoroso, pensando en la posibilidad de que el video alguien lo pudiese subir a internet.
Memorias de un libertino