Se ignora el motivo por el que Alberto Ruiz-Gallardón quiere ser ministro. La mera inclusión de su nombre en el cuarto puesto de la lista del Partido Popular en Madrid ya es como si hubiera bajado la Virgen a verle y a comunicarle los altos destinos que le están reservados en la gobernación general de España, y no sólo de su quinta parte, Madrid, y encima a medias con su peor enemiga. Como el PP ha ganado ya las elecciones generales del 20-N, que no queda sino el trámite menor, irrelevante casi, de que la gente acuda a las urnas, pues ya se están repartiendo los cargos como locos, y Gallardón, lógicamente, no se va a quedar de diputado-machaca para hacer bulto y votar lo que le digan, sino que, como mínimo, le va hacer Rajoy, ya presidente como si dijéramos, ministro de algo. Y es que, por lo visto, Gallardón tiene unas ganas que no se lame.
Pero, ¿por qué o para qué quiere ser ministro Alberto Ruiz-Gallardón, el «rojo» del PP? Él dirá, pues es un poco antiguo y formulario, que para servir a España, como si los ministros la hubieran servido alguna vez, en general, para gran cosa, pero no se comprende que una criatura tan ambiciosa quiera descender en el escalafón. Sí, descender, porque alcalde de Madrid es más que ministro, incluso que «superministro» como lo fue Belloch, de Interior y de Justicia si no recuerdo mal. En primer lugar, un alcalde Madrid puede destruir mucho más que un ministro, y endeudar más a la gente, y contaminar más, y subir más los impuestos, y hacer, en suma, la vida más imposible a las personas que un simple ministro. Además, alcalde de Madrid sólo hay uno, en tanto que los ministros pasan de la docena, y cuando se retiran o la palman, se les pone una calle, o un busto en una replaceta, para que la ciudadanía no olvide jamás sus desafueros y sus delitos de lesa urbanidad, bueno, de leso urbanismo más bien, mientras que de la mayoría de los ministros no se acuerda, afortunadamente, nadie.
Gallardón, ministro no importa de qué. Y Ana Botella, que corre un puesto, en la recámara.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Rafael Torres