«No es esto, no es esto…», dicen algunos cuando los Telediarios informan sobre las últimas novedades de la primavera árabe. Y, sí, son muchos los que empiezan a preocuparse. Por ejemplo, ha sido peor que un jarro de agua fría que en Túnez haya ganado un partido islamista, por muy moderado que se diga, y los jefes de los rebeldes en Libia hayan anunciado que impondrán la Saharia.
No es que yo sea más lista que los demás, pero les aseguro que lo que empieza a pasar no me extraña. En Túnez han sido los islamistas los que durante décadas canalizaban una callada oposición al gobierno de Ben Alí. Pero han hecho más y es intentar paliar la miseria allí donde la había.
Es lo mismo que sucede en Egipto. Son los islamistas los que socorren en los barrios más deprimidos a los que necesitan. Y eso termina creando una clientela electoral. Porque en las «primaveras árabes» la gente ha salido a la calle reclamando libertad pero también salir de la pobreza.
De manera que la «primavera árabe» no será como algunos habían imaginado, y los islamistas, lo mismo que en Túnez, pueden ganar las elecciones en Egipto, en Libia, o en Siria cuando caiga el dictador.
Estos países tienen que encontrar su propio camino hacia la democracia y sin duda van a sufrir tensiones internas entre los sectores más dinámicos y progresistas de sus sociedades frente a los más conservadores e integristas.
Tanto el partido que ha ganado las elecciones en Túnez, An Nahda, como los islamistas egipcios, se presentan a si mismos como moderados, y todos señalan a Turquía como su referente para construir una democracia. Pero cada país tiene sus propias peculiaridades y además está por ver que efectivamente quienes se presentan como moderados realmente lo sean.
Turquía, el país al que ponen de ejemplo, se ha ido islamizando sutilmente en los últimos años. Poco a poco se va desvaneciendo el legado de Kemal Atatur, el hombre que apostó por una Turquía laica. Sí, hay sectores de la sociedad turca que se resisten, mujeres que se niegan a dar marcha atrás en sus derechos y libertades, pero cualquiera que visite hoy Turquía, yo lo hice el pasado verano, encontrará un país con un gran despegue económico, que se ha modernizado en cuanto a infraestructuras pero también verá lo que era más difícil hace unos años, muchas mujeres con el pañuelo tapándose el cabello. Antes, para ver a una mujer tapada había que viajar por la Turquía profunda, hoy te las encuentras a cada paso en Estambul o Ankara.
De manera que está por ver cómo van a terminar las «primaveras árabes» y les confieso que yo estoy entre los optimistas. Creo que el hecho de haberse desembarazado de los dictadores es ya un enorme paso adelante, y ahora les toca a los sectores laicos y más modernos de estas sociedades dar la batalla porque no se de un paso atrás y la religión termine impregnándolo todo.
Tiempo al tiempo, todavía hay mucho camino por recorrer por más que haya síntomas preocupantes.
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Julia Navarro