Ha consistido la fructífera estrategia del candidato conservador Mitt Romney en mantener un perfil discreto, destacándose de forma periódica a cuenta de fluidas actuaciones en los debates mientras los astros conservadores se la pegan o se apagan. Cada semana que surge un rival desconocido, domina la actualidad y a continuación tropieza, cada semana que los candidatos marginales conservan apoyos leales y dividen a la oposición, es una buena semana en la sede de campaña de Romney en Boston.
Pero aun así solamente es posible ser el favorito en la sombra un tiempo concreto. Romney ha empezado a atraer el insulto propio de su posición. Uno, otro y luego otra van cayendo el candidato de la pureza, el candidato engreído, la candidata intransigente. Pero ciertos conservadores no se resignan.
La principal vulnerabilidad de Romney es grave. Postulándose a la gobernación de Massachusetts en el año 2002, fue el Republicano partidario del aborto, centrista económicamente, ideológicamente de izquierdas y sensible al sector privado. Postulándose a presidente en 2008, fue el Republicano integralmente partidario del aborto, ortodoxo en la Reaganeconomía, ideológicamente conservador y sensible a Fox News. La transformación de Romney durante la campaña presidencial de 2008 no hizo sino consolidar la impresión de que se trata de un candidato movido por los sondeos.
Pero los conservadores — familiarizados con la fragilidad humana — saben que las grandes repúblicas se levantan sobre cimientos defectuosos. Parte de la transformación de Romney se puede explicar como producto del regionalismo ideológico. Es un candidato poco frecuente el que puede presentarse y ganar en Massachusetts con idéntico mensaje al ofrecido a los asistentes Republicanos a los comités de Iowa. La brecha ideológica entre Beacon Hill, Massachusetts, y Osceola, Florida, es una de las más amplias de la política norteamericana, y dar de sí el mensaje es difícil de lograr de una forma digna. Pero el problema no es exclusivo de Romney. Rick Perry ganó en Texas con un enfoque sobre la inmigración difícil de traducir a Carolina del Sur. Ronald Reagan, siendo gobernador de California, aprobó las leyes del aborto y el divorcio. En el caso de un gobernador que se postula a la presidencia, las tensiones de esta naturaleza se presentan a menudo.
Ser un Republicano electo de Massachusetts garantiza por completo la heterodoxia política previa. Pero un partido político hambriento va a tolerar parte de heterodoxia en la elección de un candidato fuerte — siempre que esté convencido de que sus valores son firmes. La alternativa es descartar regiones importantes del país en la obtención de presidentes Republicanos — o recompensar a candidatos sin experiencia administrativa pública ninguna.
¿Son las actuales opiniones de Romney pues las más auténticas? En algunas cuestiones — pongamos, la legislación de salud pública — es difícil de saber para un advenedizo. En un clima político diferente, sospecho que Romney se enorgullecería públicamente de su reforma sanitaria en Massachusetts en lugar de luchar con uñas y dientes por restarle importancia. Pero en la actual campaña presidencial, Romney cuenta con una ventaja. Las principales cuestiones de esta campaña — la austeridad presupuestaria y el crecimiento económico — constituyen lo más granado de sus convicciones. Romney habla de estas cosas con facilidad, autoridad y sinceridad evidentes. A tenor de las cuestiones más importantes del momento, la acusación de artificialidad no se sostiene.
Romney también cuenta con el potencial para disipar los temores de muchos social conservadores. Un cambio de postura en torno al aborto siempre es nocivo — sobre todo un cambio reciente. Pero Romney se ha convertido a una opinión que parece más consistente con su trayectoria. ¿Es realmente racional dar por sentado que un antiguo ministro mormón, en el fondo, es un izquierdista ideológico? Hasta los conservadores que no se tragan ninguna de estas explicaciones calcularán que Romney es aceptable. Justamente por tener precedentes de herejía ideológica, le será difícil abandonar su actual fase más conservadora. Se ha comprometido en cuestiones conservadoras clave. Habiendo cambiado de opinión, no podrá cambiar sin arriesgarse a una revuelta conservadora. Como resultado, los conservadores tendrán una considerable influencia sobre una administración Romney.
Existe, no obstante, una defensa conservadora menos cínica de Romney. Los rivales le acusan de pragmatismo político — acusación de la cual es claramente culpable. Pero Romney podría dar buena cuenta de su pragmatismo. Sus asesores económicos son firmemente conservadores. Antes de que acabe la temporada de las primarias, veremos probablemente unas cuantas propuestas de reforma de lo social y lo fiscal. Una cúpula directiva compuesta por Romney, el presidente de la Cámara John Boehner y el secretario de la mayoría Mitch McConnell podría ser justamente lo que exige el momento: adultos prudentes que son conservadores, pero no mucho más allá de la opinión pública. Tendrán unas probabilidades decentes de hacer lo que hace falta para alentar la creación de empleo y evitar el desastre fiscal.
La prudencia y evitar el desastre no son las temáticas políticas más inspiradoras. Pero podrían llegar a los conservadores entre otros — siempre que Romney sepa hacer la defensa positivista del pragmatismo.
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Michael Gerson