Después de tanto tiempo esperando, el PP presenta un programa envuelto en papel de celofán, donde pasa patinando sobre los temas espinosos (de los polémicos ni se habla) y las privatizaciones se reconvierten en generosas aportaciones del sector empresarial para salvaguardar el estado del bienestar.
Todo muy edulcorado. Por descontado que no habrá recortes, salvo que, al llegar al poder, la herencia recibida (esa socorrida percha que tan bien saben utilizar) obligue a meter la tijera como ya está ocurriendo en algunas comunidades autónomas.
Mantienen la oferta de recorte fiscal al ahorro, el impulso a la creación de empresas, la ayuda a los autónomos que creen empleo y la solución a la dramática cifra de parados es la obsesión de sus ofertas electorales. En eso sí son prudentes: no se atreven a cuantificar los puestos de trabajo que van a ser capaces de crear si llegan al poder. Además, Rajoy insiste en que milagros no hay. Menos mal, sobre todo teniendo en cuenta que su tan ansiado programa se ha hecho público casi al tiempo en que Grecia anunció su decisión de someter a referéndum el plan de rescate de la UE para su deuda, poniendo en jaque a la moneda única. La situación de incertidumbre económica es de tal calibre que cualquier promesa de crecimiento económico o de creación de empleo, puesta negro sobre blanco, sería una temeridad.
Preocupa, sin embargo, la continua apelación a la necesidad de implicar a la iniciativa privada en el sostenimiento de los dos pilares básicos del estado como son la sanidad y la educación pública. A nadie se le oculta que la privatización solo afectaría a los sectores que pueden generar beneficios, quedando, eso sí, para la pública, en el caso sanitario, las enfermedades crónicas o costosas como los tratamientos oncológicos. En la educación ya se sabe de la afición del Partido Popular a subvencionar la escuela concertada, si es religiosa mejor, en detrimento de la pública. Por no hablar de las universidades públicas. Como ejemplo Madrid: la inversión ha caído casi un ochenta por ciento los últimos cuatro años. Tampoco aquí Mariano Rajoy promete conseguir la excelencia; con estas cifras de inversión, milagros no hay.
Del matrimonio gay, ese cambio legal que tienen recurrido ante el Tribunal Constitucional, ni se habla en el programa. Anularlo, pero sobre todo anunciar que se va a prohibir, costaría muchos votos y eso no conviene. De la última modificación de la ley del aborto, también recurrida ante el Constitucional, ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Parece que se va a cambiar el que las menores de edad con miedo insuperable no tengan que comunicárselo a sus padres y se va a apoyar con denuedo la maternidad.
Estamos ante un texto flexible, elástico, que no quiere infundir miedo; solo enseña la patita.
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Victoria Lafora