Conozco a un directivo del Banco de España, ya retirado, que se embarca con su señora en las expediciones del Imserso. No recala en Benidorm, hasta ahí podíamos llegar, aprovecha los destinos más llamativos, en las Islas o en el extranjero. No quiero desvelarles la jubilación que le ha quedado, respetemos la intimidad del personaje, pero se lo pueden imaginar. Seguro que figura en los listados de la Agencia Tributaria. Quede claro que apoyo las iniciativas viajeras del Imserso, que permite a los mayores disfrutar de la vida ahora que pueden, después de consumirla en buena parte trabajando de sol a sol, en tiempos pasados y terribles, para sacar a este país adelante. Lo merecen de sobra. Otra cosa muy distinta es universalizar este gasto social, como tantos otros, en una situación económica tan comprometida sin tener en cuenta lo que perciben privadamente los destinatarios. Lo contrario me parece insostenible. Debemos costear estas prestaciones, y muchas otras, a las personas que no puedan pagárselas y excluir a todos aquellos que viven sin estrecheces. Tendríamos que establecer un listón de ingresos, por encima del cual habría que repartir lo que tenemos con criterios más justos y menos demagógicos.
Un buen amigo de ideología izquierdista, reflexionaba sobre este mismo tema: si un trabajador ‘mileurista’ tiene que abonar en las farmacias un porcentaje de lo que valen los medicamentos que le receta la Seguridad Social, a qué viene que algunos pensionistas que cobran más del doble no tengan que colaborar de la misma forma. Si este mismo señor tiene que pagar el importe íntegro de un billete de tren o de bus urbano, qué sentido tiene expedir tarjetas de transporte bonificadas por el mero hecho de cumplir los 65 años. Se entregan sin discriminación alguna y el dinerito que se ahorran algunos ciudadanos con buena renta con esta edad recién cumplida, lo sufragamos todos.
No quiero hacer leña del árbol caído, pero aquí un gobierno socialista ha perdonado durante dos años una parte de los impuestos a todos los contribuyentes, de los más ricos a los más pobres, y ha regalado cheques bebé a ejecutivos que ganaban doscientos mil euros al año y que engendraban una criatura cada verano. Aquí se han concedido viviendas sociales a parejas sin dificultades económicas en polígonos muy cotizados del norte de Madrid. Hace algunos años, casi dos décadas, cuando el PSOE gobernaba la Comunidad de Madrid, el alcalde de la capital pidió al Presidente Leguina que los buses nocturnos, los célebres búhos, fueran gratis. Leguina le puntualizó: “Bastante nos gastamos ya subvencionando la tarjeta joven a toda la chavalería sin preguntarnos lo que ganan sus padres, para financiarles ahora el búho. En todo caso, deberíamos hacerlo en las líneas que terminan en las barriadas obreras, pero regalar el viaje a los hijos de la burguesía acomodada que viven en las urbanizaciones de la carretera de la Coruña, me parece muy poco progresista.”
El reparto indiscriminado de gabelas sociales nada tiene que ver con la redistribución de la riqueza que postula el socialismo democrático ni con los principios de justicia social y reparto equitativo que predica la democracia cristiana, más bien hablamos de medidas populistas de nuevos ricos. En la caja sólo queda para financiar lo imprescindible y no deberíamos pedir más dinero prestado a los especuladores de medio mundo. Propongo, en definitiva, que si queremos mantener un mínimo Estado de Bienestar, debemos repartir más justamente lo que nos queda.
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Fernando González