Los días azules como los que soñaba en silencio Antonio Machado en los últimos días de su vida, se han ido yendo lentamente escondiéndose tras los grises de todas las tonalidades de este otoño de viento y aguas. Se va también la campaña, un tiempo de proclamas que agoniza en su recta final. Se fueron las encuestas, como se fueron algunas ilusiones y como se ha ido el entusiasmo de Rajoy que, ante la perspectiva de un seguro éxito anunciado, ha puesto el freno a las expectativas de sus votantes anunciando días de poco azul y mucha incertidumbre gris.
No habrá milagros, no aceptaré órdenes, la situación internacional manda. Los mensajes son claros. Agotada la retórica partidista, el presidente en ciernes mira más a la prudencia que al juego floral y saca del botiquín de campaña las vendas que va poniéndose ante los focos y bajo los nubarrones grises de los que hablábamos en la tercera línea de este mismo artículo.
El concepto de “gran fiesta de la democracia”, acuñado con entusiasmo verborreico por los primeros políticos que se enfrentaban a las urnas, a finales de los setenta, se encuentra muy desdibujado en estos años de inicio del milenio. La democracia, tan cuestionada por indignados y mercados, se nos presenta como una especie de mal en el que no reside ni nuestra voluntad ni nuestra capacidad. Porque, al fin y al cabo, dicen los indignados que ninguno de los presentados nos representan, y dicen los mercados que los que nos gobiernan por deseo de las urnas no son capaces y han de ser sustituidos por otros mejor preparados y sin las ataduras de la política.
Interesante paradoja esta convergencia en vísperas de lo que promete ser una recesión mundial, por no usar aquél penoso y desafortunado eufemismo, al que quisimos agarrarnos con ingenua esperanza, de la desaceleración. Interesante porque al fin se ha puesto encima de la mesa la cuestión de fondo: la organización de la sociedad es subsidiaria de la organización de la economía, y ésta es la columna vertebral de lo que debe ser el estado.
Por ser verdaderamente ciertos, hay que decir que algo similar decía Marx con su tozuda razón científica para entender el devenir de la historia. Y puesto que cada sociedad en su estructura y en su superestructura es la consecuencia del modelo económico y de sus relaciones, lo realmente oportuno es dejarse de zarandajas socialdemócratas y decir las cosas como son.
La economía, pues, la economía. Monti y Papademos, sin visitar las urnas y recurriendo a los “más sabios”, nos descubren la fórmula mundial para la resolución de este lío en el que nos han colocado los financieros. Y nos enseñan que el tráfico fluido de votos no es por sí mismo nada necesariamente bueno, sino que lo bueno es el tráfico fluido de recetas pre establecidas, quien sabe si en París o en Berlín, o en no sé dónde, que marcan el ritmo de la economía.
Ya lo dijo Sarkozy hace miles de años, cuando comenzó la crisis y se iba a reunir el G20: “Hay que refundar el capitalismo”. Y refundado queda: sin políticos, ni política, ni urnas. Y con algunos indignados de muestra.
Veremos cómo afecta esto al nuevo gobierno de España antes de que vuelvan los días azules y mientras añoramos el sol de la infancia.
Los oportunos versos del poeta.
Rafael García Rico