Recuerdo aquellas primeras elecciones libres de la esperanza en las que me hacía mucha gracia lo del Día de Reflexión. Me parecía una tontería supina. ¿Reflexión de qué y para qué? ¡A votar! Pero, en aquellos tiempos de candidez democrática, había que asumirlo porque, decían, no había cultura democrática.
Después, con el paso de los años, fui serenando mi ardor guerrero y hasta me pareció bien que hubiese Día de Reflexión para que se calmara el ánimo antes de votar, tras durísimas campañas electorales. A cara de “doberman” se celebraron algunas.
Más tarde, me dio igual. Ni caliente ni frío. Lo decía la ley y había que respetar la ley. Para eso está la ley.
Hasta que en 2004, el PSOE llevó su especial ‘día de la ira’ hasta sus últimas consecuencias y se lo cargó. De facto. Como si se tratase de un golpe militar. Se acabó el Día de Reflexión. Y se lo cargó, curiosamente, Rubalcaba con aquella frase: España necesita un Gobierno que no mienta. Y los socialistas, tras conculcar la ley, ganaron las elecciones. Curiosa paradoja porque de aquellas elecciones salieron los dos gobiernos que más han mentido en la España democrática.
En las pasadas elecciones generales, el Día de Reflexión de lo cargó la ETA.
¿Qué pasará mañana? ¿Habrá Día de Reflexión?
La verdad es que hoy, cuando está a punto de empezar el tiempo de las reformas, una de ellas podía ser la desaparición del Día de Reflexión.
Desde el 2004 no tiene razón de ser.
Pinocchio