«Españoles -podría decir el Rey estas Navidades- antes de transmitiros mi felicitación en tan entrañables fiestas, como hago todos los años, quisiera, tanto en nombre de la Reina como en el mío, solicitaros mis más sinceras disculpas, porque la conducta de algunas de las personas vinculadas a nuestra familia no ha sido lo ejemplar que merece el rango y la categoría que la voluntad del pueblo español, a través de la Constitución, nos ha otorgado. Como padre he intentado, en todo momento, dar libertad a todos los miembros de esta familia, y lamento profundamente que la elección matrimonial de alguna de mis hijas no haya sido la más adecuada. Renuncié a mi infancia, pasé una juventud sacrificada en aras de lograr el restablecimiento de la Corona, soporté bastantes humillaciones sin saber si tantos sacrificios darían resultado y, aunque en aras de la verdad, también puedo decir que en la madurez me ha proporcionado bastantes satisfacciones, me parece peligroso que el comportamiento de una sola persona ponga en peligro la Institución. En un momento en que cerca de cinco millones de españoles están atravesando por la terrible circunstancia de encontrarse sin trabajo, en un año en que los sueldos de los funcionarios, incluidos los de los médicos que nos cuidan la salud y los policías que vigilan nuestra libertad, han sufrido una disminución, y en una Navidad en que miles de españoles tienen turrón en la mesa gracias a las bolsas de Cáritas, me consta que resulta especialmente insultante que un yerno mío haya llevado a cabo negocios con empresas privadas e instituciones públicas, al amparo de su parentesco».
Los expertos en comunicación de la Casa Real, que se la cogen con papel de fumar a la hora de invitar a escritores y periodistas, merced a un Gotha interno en el que solo merecen mimos reales los pelotas y aduladores de reglamento, sabrán darle forma, a no ser que el exceso de prudencia, unido a la falta de coraje, convierta el silencio en un silencio cómplice.
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Luis del Val