miércoles, noviembre 27, 2024
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La cueva de Teddy

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Cuando la crisis del euro pase, (si antes ella no pasa de nosotros y nos liquida), habrá que reeditar unos modernos cuentos de «Rinconete y Cortadillo» en los que tengan lugar y espacio aquellos que han hecho de la crisis su peculiar chiringuito especulativo. No cabe duda de que somos un país de economía creativa, no en vano cerca del 17 por ciento del PIB es economía sumergida según un informe de FUNCAS.

En esa lista de ilustres por la cara hay que incluir al afamado Teddy Bautista que a base de esquilmar bares, peluquerías y fiestas populares, (y en general todo aquello que se pudiera silbar), logró amasar una fortuna que manejó a su antojo según denuncia la auditoría externa encargada por la SGAE. El personaje tiene un toque también de mago Houdini porque logró esconder 145 millones de euros. O tiene un colchón muy mullido en su casa o hay que reconocerle un talento para la contabilidad que no es común entre el resto de los mortales. Y todo en las narices de los diferentes titulares de Cultura que fueron incapaces de notar desviaciones de fondos, números que bailaban, o un patrimonio en exceso floreciente que se fraguaba alrededor de Teddy y su cueva.

La popularidad de Teddy Bautista puede estar a la altura de la que tuvo Julián Muñoz cuándo salía con los pantalones «sobaqueros» en una carreta en El Rocío, es sin duda el personaje «perverso y malo» en una España de culebrón que igual abandona a Muñoz ante la puerta de la penitenciaria que encumbra a Isabel Pantoja como la abuela que luego no fue. Y a pesar de tenerlo todo en contra Teddy ha demandado a la SGAE por lo que considera despido improcedente y vaya usted a saber si aún le saca otro mordisco. Eso sí, se trata de una persona que tiene en alta estima la amistad puesto que en todas las operaciones aparece Rodríguez Neri que es el testaferro de sus mejores aventuras. Nadie puede decir que no se preocupe por sus conocidos, ni que los deje en la estacada puesto que presuntamente juntos hicieron pingües beneficios.

Nos queda preguntarnos qué hubiera sido de la SGAE si en lugar de dedicar Teddy todos sus recursos a trabajar «para el mal» se hubiera ocupado de sus representados, de sus asociados: de los músicos. Menuda cueva organizó Teddy y de qué manera supo repartir el botín en el garaje encima del capó como mandan los cánones de la novela negra, (y a ser posibles mal iluminados por un casquillo con una bombilla de veinte watios). Pero ni así se equivocó, fue capaz de trincar a beneficio propio pero sin el honor de haber sido el primero, ni la vergüenza de ser el último. Vergüenza, por cierto, poca.

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Rafael Martínez Simancas

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