Asistir a la lucha interna de los aspirantes a mandar en el PSOE me tiene más enganchado que Águila Roja. Lo de esta gente es como una serie de televisión. Cada día una sorpresa nueva. Pero quien me tiene obnubilado es Alfredo. Alfredo P. Rubalcaba. El hombre chicle. Capaz de estirarse hasta lo imposible en política. Recuerdo su nefasto paso por el Ministerio de Educación y por la portavocía del Gobierno en los tiempos del terrorismo de Estado y la corrupción que nos trajo Felipe González. Y le recuerdo intrigando. Siempre intrigando. Y rompiendo la jornada de reflexión el 13 de marzo de 2004. Y le recuerdo como ministro del Interior y aquellas declaraciones suyas cuando la negociación política con ETA. Y cuando el atentado de la T4. Y me acuerdo del caso Faisán… En fin, que me acuerdo de muchas cosas de este político mediocre pero con varios máster en “engañabobos”.
Y es que, hasta hace cuatro días, RbCb pasaba por ser un político de altura. Una especie de Joseph Fouché a la cántabra. Después de la campaña electoral que ha hecho para las elecciones del 20N, escasamente, puede llegar a ser calificado de mediocre. Pero dicho esto, ahí está el tío. Y sin ser nada dentro del PSOE lo está manejando a su antojo. Convocó el Congreso ordinario la misma noche electoral. Dominó la Ejecutiva.
Y maniobró en la Federal. Y todo vendiendo humo y un programa electoral que los españoles habían despreciado.
Ahora, se ha autoproclamado Presidente del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados. Interino, según dice. Y todo parece indicar que va a ser el líder de la oposición en el Debate de Investidura. Un monstruo. Inagotable. Inacabable. Lo dicho, como el chicle.
Porque lo más grave es que los socialistas, en lugar de echarle, están tragando. Inaudito. Creo que van a conseguir que Mariano Rajoy perdure 20 años en La Moncloa. Y tampoco es eso.
Pinocchio