Yo no sé ustedes, pero en mi caso tuve que leer un par de veces la noticia firmada por Ángeles Espinosa que daba cuenta de que en Arabia Saudita la autoridad religiosa, el Consejo de los Ulemas, ha dictaminado que permitir a las mujeres conducir causaría un aumento de la prostitución, la pornografía, la homosexualidad y el divorcio.
Ya digo que tuve que leer el texto un par de veces porque me parecía tan disparatado que me costaba entender que lo que leía pudiera tener que ver con la realidad. Pero ahí estaba la crónica de la corresponsal de El País, una periodista seria y rigurosa donde las haya.
Lo que en mí empezó siendo asombro terminó en indignación y rabia. Porque no es para tomarse a broma la opinión de esos ulemas decididos a seguir considerando a las mujeres menos que personas.
Verán, yo creo que en vez de gastarnos el dinero en la famosa iniciativa de Zapatero de la Alianza de Civilizaciones, deberíamos invertir en enviar un buen número de psiquiatras a Arabia Saudí y otros países donde los guardianes de la moral deciden que conducir es pecado, amén de violar sistemáticamente los derechos humanos más elementales de las mujeres.
Ya lo he planteado en alguna ocasión en otros artículos y es que me resulta imposible comprender por qué odian a las mujeres en países como Arabia Saudí, Afganistán, Pakistán, Kuwait, amén de otros emiratos, Estados africanos de confesión musulmana, etc. Porque solo desde un odio profundo se puede tratar a las mujeres como las tratan, encerrándolas en esas cárceles de telas que son los burkas, los niqas u otros atuendos que esconden el cuerpo femenino como si del mismo demonio se tratase.
Pero ya el colmo del disparate es anunciar a los cuatro vientos que si las mujeres conducen el país se va a quedar sin «vírgenes» y que aumentaría la prostitución, la homosexualidad o la pornografía. Solo una mente enferma pueda llegar a esa conclusión enloquecida.
Lo cierto es que desde hace unos meses algunas mujeres están desafiando el poder de los ulemas atreviéndose a conducir, aún sabiendo que se juegan ser castigadas con unos cuantos latigazos y otras lindezas. Muchas lo hacen acompañadas de sus hermanos, o sus maridos, pero aún así a lo que se ve corren el riesgo de perder la virginidad o convertirse en prostitutas.
Si no fuera un asunto que afecta a la dignidad y a la libertad de millones de mujeres sería como para echarse a reír y eso sí, pedir que alguien ponga coto a quienes deliran estableciendo esa relación entre conducción y prostitución. En realidad lo que algunos temen es sencillamente la libertad y para ellos no dudan en pisotear esos derechos fundamentales que tenemos todos los seres humanos.
Las mujeres saudíes no solo sufren un régimen medieval donde ni siquiera los hombres tienen demasiados derechos ciudadanos, sino que ellas constituyen el último eslabón de la sociedad.
Siempre me ha parecido que es mejor el diálogo y la búsqueda de entendimiento que la confrontación, pero convendrán conmigo que es difícil mantener que es posible lo de la Alianza de Civilizaciones cuando el modelo que algunos defienden pasa por considerar que conducir lleva directamente a la prostitución.
Vuelvo a preguntarme ¿por qué odian tanto a las mujeres? Solo personalidades débiles, con complejos e inseguridades, además de una buena dosis de crueldad, son capaces de mantener a las mujeres poco menos que si fueran esclavas.
Pero eso sí, nuestros queridos gobernantes occidentales miran hacia otro lado y no dicen nada. ¡Faltaría más! Les conviene más hacer la vista gorda y no enfadar a gobiernos integristas cuyo poder estriba en que bajo sus pies hay ríos de petróleo. Así de cínicos son los gobernantes occidentales, que no han dicho ni palabra.
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Julia Navarro