Dos voces se escuchan con altavoz estos días, la del Rey y la del Papa. Don Juan Carlos ha estado claro y directo. Ha centrado el gran problema de España hoy, el «inaceptable» paro, y ha pedido que todos trabajemos para paliar la gravísima situación que sufren cinco millones de españoles. Sin el colchón de las familias, uno de los valores esenciales de nuestra sociedad, ahora en la Navidad más presente, España no habría podido resistir el embate de la crisis. El llamamiento del Rey al esfuerzo de todos -políticos, empresarios sindicatos, ciudadanos-, necesita una respuesta unida, generosa y urgente. Ya está bien de defender pequeños intereses, de no poner todo encima de la mesa para encontrar soluciones urgentes, reales, al problema número uno. Patronal y sindicatos, si son capaces, y si no, el Gobierno, deben dar mensajes claros de esperanza. Hay que proteger, también lo reclamó Don Juan Carlos, a los que han perdido su trabajo, pero sobre todo hay que darles un empleo.
Hay que ser valientes. Decía Ortega en «Vieja y Nueva Política» que «todo español está muy obligado a ser mañana más inteligente que hoy, a avergonzarse de sus prejuicios, de sus tópicos, de sus cegueras, de sus angosturas morales». Añade Ortega que cuando España tuvo peso, fue «una España mundial» y cuando no, fue un «aldeón torpe y oscuro que Europa arrastraba en uno de sus bordes», la «España-villorrio que no nos interesa». La prioridad es el empleo y también la educación, una educación de excelencia para tener un capital humano adecuadamente formado, no como hoy, donde al lado de gente mejor preparada que nunca tenemos el peor índice de fracaso escolar, de abandono, de jóvenes sin titulación alguna, incapaces de conseguir un empleo.
El Rey habló también de ETA y pidió «que entreguen las armas asesinas». Esa es la frontera entre ellos y la democracia. Y puso el énfasis en las víctimas de ETA que deben ser el verdadero centro de cualquier salida al conflicto. También se refirió a la imprescindible ejemplaridad de las conductas -una referencia indudable a su yerno, aunque no sólo a él- y dijo que la justicia y la ley son iguales para todos. Ese es el otro gran valor de la democracia. También lo debe ser la pisoteada presunción de inocencia: nadie es culpable hasta que lo dicte un juez.
Y oportuno siempre el discurso de Benedicto XVI haciendo una llamada a la solidaridad con los que pasan hambre en el Cuerno de África, al final de la violencia en Siria, al diálogo como forma de resolver los conflictos, a la búsqueda de la paz. El 25 de diciembre se conmemora el nacimiento del Dios Amor, del Dios de todos, del Dios que sostiene que todos somos hermanos. No habrá hermandad entre los hombres mientras las riquezas y la paz sean de unos pocos y el hambre, la miseria y la violencia afecten a tantos. Feliz Navidad y que no nos quiten la esperanza.
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Francisco Muro de Iscar