Cuando las cosas van mal o no se puede cumplir una aspiración, es frecuente que a alguien se le ocurra que la solución es posar en pelotas para un calendario.
Pueden ser bomberos, panaderos, deportistas, notarios o lo que quieran. La cosa es formar parte de un grupo de mínimo una docena de integrantes y tener un objetivo. Este puede ser una reivindicación de algún tipo o el deseo de tomarse una mariscada en tierras gallegas.
Debo decir que este invento cuando fue un caso aislado por lo que constituyó una novedad, me produjo cierta sorpresa. No me pareció ni bien ni mal. En ocasiones hay que limitar la vanidad de opinar. Ahora que esta iniciativa se ha convertido en pandemia me produce cierto aburrimiento, en especial en estos días en los cuales se estrenan los calendarios y la oferta es abrumadora.
Pero el asunto me permite reflexionar sobre la capacidad empresarial a la que hemos llegado. Está claro que hay que refundar el capitalismo. Mucha escuela de negocios, mucho plan de marketing, mucho business plan, mucha ingeniería financiera y cuando llega una época de vacas flacas solo se nos ocurre enseñar las vergüenzas durante un año. Digo yo que un poco de imaginación no estaría mal.
Aunque sea una variante más pedestre podían probar lo de los cromos que van en discretos sobrecitos, crean hábito y los “repes” se podrían canjear. -“Cambio cuatro cromos de bombero de Mayo por uno de jugadora de voleibol-playa de Noviembre”-. Estas frases que se convertirían en populares en oficinas y bares.
Cualquier innovación creo que será bien recibida incluso por los promotores, pues la cuenta de resultados del invento no creo que proporcione beneficios. Entre fotógrafo, fotoshop, papel e imprenta la cosa se pone en un pico y la venta no debe alcanzar ingresos sustanciales: no todo el mundo está dispuesto a comprar tan curioso producto que por otro lado sufre una competencia cada vez más numerosa y variada.
Porque esta es otra. Me niego a poner en las paredes de mí casa cualquier ejemplo de estos calendarios. Ver pasar los días en compañía de estos iconos de la sociedad actual tal como Dios los trajo al mundo, creo que no es precisamente lo más adecuado para mantener cierta paz interior.
La leyenda urbana cita a las cabinas de los camioneros como destino final de esta ocurrencia. Confieso mi ignorancia. Según escribo estas líneas me doy cuenta que hace muchísimo tiempo que no subo a un camión. Pero no se preocupen: lo haré próximamente. Así ya tengo un fácil propósito para el nuevo año.
Con este infantil propósito también les deseo a todos ustedes lo mejor para 2012. Estoy convencido que no será tan malo como lo pintan. O lo fotografían.
Hasta la próxima semana.
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Paco Fochs